Historias

Cañonazos, lágrimas y hambre, recuerdos de un superviviente cordobés de 'la desbandá'

  • Pepe Alarcón García, de 90 años, fue testigo de la masacre acontecida en la carretera de Málaga hacia Almería

Pepe Alarcón García, de 90 años, fotografiado con el retrato de su padre en su casa.

Pepe Alarcón García, de 90 años, fotografiado con el retrato de su padre en su casa. / EFE/Jorge Zapata

Cañonazos que lanzaban barcos desde el mar, lágrimas y hambre son los recuerdos de un superviviente del episodio de la Guerra Civil conocido como la desbandá. Pepe Alarcón García, de 90 años, fue testigo de la masacre acontecida en la carretera de Málaga hacia Almería, por la que miles de familias huían de las tropas franquistas en febrero de 1937.

Nacido en 1930 en Lucena (Córdoba), criado en el municipio malagueño de Benamargosa y residente en Vélez-Málaga, los ojos de Pepe todavía reflejan las “injusticias” y el “horror” que le sobrevinieron cuando -junto a su familia- escapó por la que muchos han catalogado como “la carretera de la muerte”.

Todo comenzó aquel 7 de febrero, domingo de carnaval. Ante el miedo inminente de la entrada de las tropas lideradas por el general Queipo de Llano -acompañadas por las italianas, alemanas y moras-, historiadores estiman que unas 150.000 personas de toda la provincia de Málaga salieron “con lo puesto” y sin tan siquiera saber hacia dónde se dirigían.

Pepe echa la vista atrás y explica que lanzaban “cañonazos por un lado y bombazos por otro”. Y es que entre 3.000 y 5.000 personas perdieron la vida durante el camino a causa de los ataques por tierra, mar y aire.

Sin embargo, Pepe y su familia solo llegaron hasta Motril (Granada). El tercer día, el padre, secretario general de UGT de Benamargosa y practicante, decidió que regresaran a su tierra natal, ya que “no habían hecho nada y no tenían por qué huir”, cuenta su hijo.

En ese instante, comenzó el verdadero calvario para los Alarcón García, que vieron cómo, a su vuelta, una pareja de guardias civiles se llevaba preso a su referente, su padre. ¿El motivo? “Ser rojo”, contesta Pepe.

Al tiempo, volvió a Benamargosa, pero fue arrestado de nuevo y nunca más lo volvieron a ver. Su hijo cuenta que lo fusilaron y enterraron en la mayor fosa común de España y de Europa del Oeste, el cementerio de San Rafael -situado en la capital malagueña-.

Imposible olvidar

“Muchas veces me acuerdo de sus palabras y de las torturas que le hicieron”, lamenta, y, aunque confiesa que le gustaría no pensar más en ese episodio de su vida que le “atormenta”, reconoce que le es “imposible”.

Sus pensamientos tampoco consiguen soslayar que a sus tías las “pelaran al rape”, les dieran “aceite de ricino” para provocarles diarreas y las “pasearan” por las principales calles del municipio.

No consigue olvidar y su casa es una muestra de ello. En la estantería de la primera estancia de su domicilio, reposa todo un altar en homenaje a los represaliados durante la Guerra Civil española encabezado por una imagen de su padre.

No es creyente y, mucho menos, católico, pero aún conserva la fe de que cada familia recupere los restos de quienes lucharon porque hubiera “libertades y unos derechos equitativos”.

Aunque se reafirma en que es “de izquierdas”, Pepe critica la actuación del Ejecutivo central en relación con las labores de exhumación e identificación de cadáveres debidos a muerte ocasionada por índole política: “Es un Gobierno socialista y no está haciendo nada”.

Pese a los achaques de la edad y los traumas grabados en la mente y en el corazón, a Pepe Alarcón le cambia el gesto cuando habla de su mujer y de sus cuatro hijos: “Cuando me casé me sentía un Dios”, explica emocionado.

Acompañado por el mayor de sus cuatro hijos, que lleva su nombre y el del que fuera su abuelo, manifiesta que no puede seguir la entrevista: “No me hagas hablar más, ya está bien”.

Pepe aún muestra los rescoldos de aquella época en la que tenían miedo hasta de que les escucharan por la chimenea. Así lo confirma su hijo, quien apunta que en su casa el silencio reinó durante años.

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