La tribuna

Vecinos e invisibles

Vecinos e invisibles

Se ha vuelto a repetir. En esta ocasión se trata de un hombre, y esta vez ha tenido lugar en Valencia. Esa ciudad en la que piensas cada vez que comes paella o estalla un petardo. Se llamaba Antonio Famoso (sí, hay cierta carga de ironía en el apellido) y llevaba 12 años muerto (según los últimos datos) cuando lo han encontrado. Su cuerpo momificado, junto a varias docenas de palomas igualmente muertas, en su cama. La ventana abierta, lo que ha explicado que el olor a putrefacción pasara inadvertido. Aunque durante un tiempo, tal y como han confesado algunos vecinos, no pasó inadvertido. La costumbre derivó en un hedor que fue desapareciendo muy lentamente. Muchos de sus vecinos ni le ponían cara a Antonio cuando les preguntaron por el fallecido. Como pagaba hasta las derramas de la comunidad, ya que en su cuenta siempre hubo dinero, siguió cobrando su jubilación, ni el administrador del edificio en el que vivió notó su ausencia. Ay, el dinero, si hubiera contraído deudas no habrían tardado en darse cuenta de su fallecimiento. En el bar de la esquina lo recordaban levemente, no se relacionaba con nadie. Silencioso y solitario, esa combinación. Ni un amigo o familiar notó su ausencia. Y parece que tampoco su anterior pareja, ni sus propios hijos. Doce años son muchos años. Cada vez que en la prensa encuentro uno de estos casos un escalofrío me recorre el cuerpo. ¿Cómo una persona puede llegar a ser completamente invisible, de tal modo que nadie, absolutamente nadie, lo eche en falta?

Pero hay otras, muchas, muchísimas, preguntas tras el fallecimiento de Antonio Famoso. ¿Cómo es el vecindario? ¿nadie cayó en la cuenta, tan metidos estamos en nuestras propias vidas que olvidamos a los que nos rodean? Está claro que ya no somos vecinos como “antes”. Que raramente le pedimos sal o un tomate al vecino de la puerta contigua, que antes preferimos ir al súper abierto que tengamos más cerca. Ya apenas hay charlas en los descansillos, pasaron a la historia, y nos cuesta decir el nombre de un vecino al repartidor que nos trae un paquete, cuando estamos fuera de casa. Pasa. Pero de ahí a esta ignorancia, a esta indiferencia, hay un trayecto demasiado largo. Ni el más mínimo interés sobre las personas que nos rodean, con las que realmente convivimos. No es que no queramos saber de sus problemas, es que ni siquiera nos interesa saber si siguen con vida. Y no estoy reivindicando la vecindad de “antes”, que en muchos casos suponía una exposición muy elevada de tu intimidad, pero sí que echo de menos unos gramos, lo que sea, de humanidad. De un mínimo estar pendientes de nuestros vecinos. Y no hablo de curiosidad, me refiero a colectividad, a corporativismo, a cuidar de los que nos rodean. Y que cualquiera también cuide de nosotros, o al menos esté pendiente.

Antonio Famoso siguió “vivo” porque había dinero en su cuenta corriente, no dejó de cobrar su pensión de jubilación, y pagaba en tiempo y forma la comunidad, la luz, el agua y demás facturas que nos acechan. Qué tristeza se esconde tras esta idea, el dinero nos mantiene con vida, aunque estemos muertos. O el dinero oculta que ya no estamos. A Antonio Famoso lo delató una gotita de agua filtrada por una rendija cayendo en la vivienda de su vecino de abajo. Tuvo que convertirse Antonio en una molestia, en un accidente, para que volviera a tener vida. Nos hemos convertido en invisibles, y lo achacamos todo a que la rutina, acelerada, nos devora, y apenas tenemos tiempo. Sin tiempo para los demás, aunque estén a solo unos metros. Tengo claro que cualquiera de nosotros podemos ser Antonio Famoso.

También te puede interesar

Lo último

stats