La tribuna
Justos por pecadores
La tribuna
Según mis hijos, y un tanto por ciento muy elevado de la población adolescente, estamos rodeados de personas tóxicas. Tóxicas como un cementerio nuclear. Tóxicas como el amoniaco. Tóxicas como el veneno más potente. Tóxicas. Tengo la impresión de que las personas no llegamos a ser tóxicas. Que lo son las situaciones, los entornos, pero no las personas.
Esto no quiere decir que no haya personas malas, que las hay, por supuesto. En este punto recupero esa terrible estadística: solo un 1% de los psicópatas dan el paso y cometen un delito. ¿Y por qué no lo hacen el resto, el 99%? Por algo parecido a la conciencia, o la moral, y por temor a ser pillados, así de simple.
O sea, vivimos rodeados de psicópatas y con toda probabilidad, en algún momento de nuestras vidas, hemos llegado a establecer algún tipo de relación con ellos. Miedito. Esas miradas, esos comentarios… ya sabe de dónde vienen. Pero las denominadas “personas tóxicas”, que yo defiendo que en realidad no existen, son otra cosa. Manipuladoras, correveidiles, traicioneras, polucionadoras y demás adjetivos similares. Contaminantes. ¿Con qué objetivo?
Acabaremos llegando a las personas malas, que existen, para nuestra desgracia. Lo de las personas tóxicas entre los adolescentes es como su “en plan” social. Una coletilla, una frase hecha. Igual que nos pasamos repitiendo que nos explota la cabeza y que tenemos que escapar de nuestra zona de confort, ellos viven rodeados de personas tóxicas. Y ya que nombro la frase, la zona de confort, ¿por qué hay que escapar de ella? Con frecuencia, nos habrá costado mucho definir un espacio en el que nos sentimos a salvo, protegidos, acogidos y, sobre todo, motivados. No creo que sea un lugar del que escapar, en todo caso deberíamos pensar en realizar algunas reformas de mejora, ampliarlo, y hacerlo hasta más cómodo y cálido. Más confortable.
Creo entender a mis hijos cuando se refieren a personas tóxicas. Yo siempre me acuerdo de ese personajillo de Érase una vez el hombre, creo recordar que se llamaba el canijo, empeñado en fastidiarles la vida al resto de protagonistas de la legendaria serie. Y puede que encontremos una definición más exacta en una de las historias protagonizadas por Astérix y Obélix, titulada La cizaña. Los romanos, cansados de la imperturbable resistencia, diseñan un plan para acabar con la aldea gala, enviándoles a Perfectus Detritus, especialista en crear conflictos entre las personas de las que se rodea. Como un Caballo de Troya, pero sin escudos ni lanzas, pura toxicidad. Le animo a que lea esta historia, es prodigiosa.
El tóxico o la tóxica en una pandilla, en una clase o en un trabajo es aquel empeñado en establecer el mal rollo como permanente estado entre los diferentes miembros. A lo largo de mi vida me he encontrado con algunas personas que solo saben vivir en el conflicto, como si hacerlo en la calma fuera algo aburrido e innecesario. Del mismo modo que me he topado con otras empeñadas en analizar y criticar la vida de los demás constantemente. De estas últimas siempre he tenido claro que, tras darme la vuelta, yo sería su siguiente víctima. Por pura estadística.
Mis hijos, como la mayoría de los adolescentes, los califican como tóxicos, pero a lo largo del tiempo han contado con innumerables calificaciones. No es necesario que los nombremos, sabemos de lo que hablamos, todos nos hemos topado con alguno o algunos a lo largo de nuestras vidas.
Lo de la posverdad, la mentira y los bulos la practican con mayor asiduidad que los políticos manipuladores y los seudoperiodistas con maneras de mercenarios. Y, como a estos, todos les vale con tal de conseguir su objetivo. Contaminar, polucionar, malmeter, calumniar, enfangar. No carguemos todas las tintas contra los intoxicadores, que aunque fundamentales en sus nada honorables tareas, poco o nada harían si no contaran con los gustosamente intoxicados, que no dejan de ser el gran alimento de los primeros. Su audiencia, su público. Una relación parasitaria en toda regla. Sin embargo, y pesar de todo esto, quiero pensar que no hay personas tóxicas, y sí situaciones, realidades o comportamientos. Seguramente me miento, por aquello de mantener la esperanza.
También te puede interesar
La tribuna
Justos por pecadores
La tribuna
El extraño caso de la doctora Blasco
La tribuna
Educación, memoria y ciudadanía
La tribuna
El Prado, el flamenco y la desmesura
Lo último