No me cabe duda de que lo de tardear en un invento andaluz. Y no necesito de base científica o sociológica para tal afirmación. Empezó aquí, y se ha expandido, a la misma velocidad que se han extendido las gildas. Hasta cuatro euros están cobrando por una gilda, tela. Con boquerón o con anchoa, con atún o con huevo de codorniz. Como las canciones, como las películas o los colores, hay una gilda para cada persona. Con lo ricas que están las banderillas de toda la vida, con su pepino, su cebollita y su pimiento, nos hemos rendido a las gildas, y puede que el precio sea el reclamo, como si se trataran de los iPhone de los aperitivos.
Pero no nos desviemos y volvamos al tardeo, ese verbo sustantivo que, insisto, hemos inventado aquí. Y hasta puede que lo hayamos inventando por estas fechas, en esa salida previa a la cena de Nochebuena que tanto nos gusta y que tantos sofocones está provocando en las familias. Comensales ausentes, platos vacíos y sopas intactas, aumento de las sobras, tensiones y reproches. Y es que hay quien lleva mal el tardeo navideño y aparece en la cena familiar con las capacidades mermadas, desafinando como nunca el villancico de marras. Los hay profesionales, que a pesar del puntazo (gordo) se toma el consomé con dignidad y hasta es capaz de pelar gambas a una velocidad casi adecuada. Esos mismos que se vienen arriba en los postres y hasta se atreven a rellenar una nueva copa, para desatascar los mantecados de turno, en su siempre difícil tránsito por nuestras gargantas.
No creo que sea necesario explicar lo que es tardear, que su propia conjugación lo explica, y de la manera más adecuada. Es alternar por la tarde, con alcohol o tirando del 0.0, según las preferencias o las limitaciones, ya sean sanitarias o preventivas, vaya que haya que soplar ante la mirada atenta de un agente y los numeritos asciendan más de lo permitido. Bajo esta premisa, el tardeo acaba cuando llega la noche y las farolas se encienden, y las cenas se calientan en los fogones. El otoño y el invierno son las estaciones estrellas del tardeo, su hábitat natural, por temperatura, por luz, y por singularidad de las fiestas de estas temporadas. Un tardeo de agosto en Córdoba puede conducir directamente al hospital, salvo que se realice en interior. Pero eso ya es otra cosa, porque el tardeo gusta de calle y exteriores, de hablar con ganas, de grupos grandes, de eso que llamamos nosotros alternar, y creo que me estoy explicando. El tardeo es la alegría del fiestero, el negocio del hostelero, la tragedia de los padres de adolescentes y el ocio más intergeneracional.
Sí, porque en el tardeo un chaval de 21 años se puede estar dando codazos con un hombre de 58 (con dos nietos), y una mujer de 46 puede estar dándole fuego a una chica de 31. Porque en el tardeo no hay edad, y así el joven se siente maduro y el maduro se siente joven, como si estuviera estrenando unas newbalance de llamativos colores. Por estas fechas se conjuga mucho un tardeo brumoso, que es el que se produce después de las comidas de Navidad, y a las que muy pocos sobreviven a la noche. Tardeos aturullados y multitudinarios los que ahora llegan, brumosos o no, improvisados o planeados, que se disfrutan de diferentes maneras, y que se añoran con intensidad desde la distancia. Tardeos peligrosos. Le llamamos tardeo, pero es más de lo mismo, ese querer divertirse, pasarlo bien, a cualquier hora, ocupando la calle, o lo que sea, ya puestos. En esta ocasión, somos nosotros los invasores, que ya tardean por el Norte y no me extrañaría que el verbo se comenzase a usar allende de nuestras fronteras.