La tribuna
El Gran Diluvio y nosotros
La tribuna
Shakespeare dividió su comedia con este título en cinco actos para hilvanar mejor las diversas tramas que intentaban mostrar al público cómo "aceptar la fantástica realidad del mundo de las hadas". Con todo respeto para el mejor dramaturgo de la Historia, dividiré estas reflexiones en cinco apartados: son ensoñaciones de un ciudadano en la serenidad de una cálida noche de verano en la Andalucía de 2022. Y los sueños, como dijo Calderón, sueños son.
Acto 1.- Soñé que el Tribunal Supremo apreciaba vicios de procedimiento tanto en la fase de instrucción como en el juicio oral del caso de los ERE en la Audiencia de Sevilla, concluyendo que estábamos ante un fallo político, trufado de inconsistencias y vaguedades, tales como "resulta inimaginable…", "era plenamente consciente de la palmaria y patente ilegalidad de los actos…", basándose en "la eventualidad de que…". El Supremo rechazaba que una Audiencia Provincial sentenciara invocando el carácter fraudulento e ilegal de una ley del Parlamento de Andalucía, porque eso produciría el sinsentido de que son condenados quienes ejecutaron lo dispuesto en esa ley, pero no quienes la elaboramos y aprobamos. ¿Cómo puede ser tachado de ilegal y fraudulento un procedimiento aprobado mediante una ley del Parlamento?, se preguntaba el Supremo antes de fallar a favor de los recursos de los condenados por malversación y prevaricación.
Acto 2.- Tuve otro sueño con un poder judicial realmente independiente, administrando justicia en nombre del pueblo español, respondiendo ante quienes son sus legítimos representantes, ajeno a las influencias del poder político, financiero y mediático. En este sueño el poder judicial, aún sin emanar de la representación del pueblo español, buscaba obtener su legitimidad de las Cortes Generales, sometía periódicamente su gobierno a la confianza parlamentaria, y respetaba con mesura a los otros dos poderes sobre los cuales, a diferencia de éste, podemos decidir con nuestro voto. Recuerdo incluso que en mi sueño haber aprobado unas oposiciones no facultaba a alguien para decidir sobre la libertad y la vida de nadie, y que la simple cooptación no otorgaba legitimidad suficiente para que una persona sola represente a aquel de los tres poderes del Estado que, vuelto yo a la vigilia, resulta pretender la preeminencia por encima de los otros dos.
Acto 3.- En mitad de la noche soñé con un "comunicador", cuya voz se acerca mucho a ser palabra de dios, que había renunciado a utilizar ese tono altanero y chulesco que tanto excita a las viriles huestes de la derecha más o menos centrada, y a no decir nunca más mentiras como si fueran verdades, y que, caído del caballo como le ocurrió a Saulo, dejaba de insultar y menospreciar al presidente del Gobierno. Su revelación se extendía a otros supuestos seres humanos dedicados a ahondar mediante la palabra la trinchera que separa a unos españoles de otros, como si el diálogo con la ciudadanía fuera simplemente una excusa para fomentar el odio, la desconfianza cuando no la agresividad y la violencia entre españoles, usando la mentira y la maledicencia como armas de combate.
Acto 4.- Mi cuarta ensoñación circulaba por tierras gallegas, entre nieblas, lluvias y meigas, haciéndome creer que el líder de la oposición era un político serio y moderado, que sabe de lo que habla y adopta una posición responsable ante los graves problemas a que se enfrenta España -esa que pretende gobernar con el magro equipaje de la bajada masiva de impuestos-, respaldando al Gobierno cada vez que es preciso por el interés general. Ese ser modélico apoyaba las medidas para hacer frente a la crisis climática y las posibles restricciones energéticas propuestas por él mismo días atrás, lastradas ahora por el gravísimo inconveniente de que las proponía el Gobierno, a partir de lo cual volvía al viejo principio PPopular: al Gobierno, ni agua.
Acto 5.- Con las primeras luces del alba, mi último sueño me condujo a la realidad de un país - España, mi patria - en el que parece imposible hacerse oír si no es a gritos y aspavientos, por el que muchos hacen proclamas de patriotismo, pero al que no aportan nunca nada constructivo, y para el que sus gentes, las buenas gentes que las hay, desean un poco más de serenidad y de arrimar el hombro, y un mucho menos de negar el pan y la sal a los adversarios políticos, y de respetar a quienes tienen la honrosa obligación de gobernar porque -que no lo olvide nadie- su legitimidad emana de quien es el soberano según dicta el artículo 1 de nuestra Constitución: "La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado".
También te puede interesar
La tribuna
El Gran Diluvio y nosotros
La tribuna
Pero, ¿por qué votan a Trump?
La tribuna
Salvador Gutiérrez Solís
No es el pasado, somos nosotros
La tribuna
Casarse de negro
Lo último