La tribuna
Salvador Gutiérrez Solís
Sin miedo a lo nuevo
La tribuna
Cuenta con su propia definición y apartado en la psicología: la serie de trastornos y emociones que afectan a los padres cuando sus hijos abandonan el hogar familiar. He buscado todas las características, efectos y peculiaridades y las cumplo todas, de la primera a la última. Llevo mal lo del nido vacío, sí. Lo reconozco. No sé si es por la etapa vital que estoy atravesando, que las emociones y la sensibilidad tengo desbocadas, lloro hasta con los anuncios, pero me costó mucho ver a mi hijo tirando de su maleta, en dirección al tren que lo llevaba a Córdoba. Curioso, el camino inverso.
Yo, con treinta años, dejé Córdoba y empecé a vivir en Sevilla, iniciando una nueva etapa. En principio profesional, pero sentimental y familiar con el paso de los años. Ahora es mi hijo, con 19, el que deja Sevilla para instalarse en Córdoba para estudiar en su universidad. Creo que esto también influye en la avalancha de sentimientos y sensaciones que me dominan desde hace unas semanas. Inevitable no verme reflejado en mi hijo, realizando trayectos, recorriendo calles y avenidas, conviviendo con olores y colores que forman parte de mí. Que nunca he olvidado y que cada cierto tiempo necesito recuperar. Fueron años bonitos, de descubrimientos y conocimiento, de despertar, de abrir las alas, y estoy convencido de que también así lo vivirá mi hijo. A su modo, adaptado e integrado en su tiempo, con otras velocidades y lenguajes, pero con idéntico objetivo: aprender a volar. Porque se trata de eso, y no más, de adquirir las habilidades y conocimientos para un día, cada vez más cercano, llevar a cabo una vida autónoma. Tomando sus propias decisiones, asumiendo sus aciertos y equivocaciones, pero solo, fuera del nido familiar. Ley de vida. Capítulos a escribir. Con su propia letra. Los padres no podemos escribirlos por ellos, tampoco se los podemos dictar.
La lógica no entiende de emociones, no están hechas de los mismos materiales. Vivimos con la lógica, o gracias a ella, según, pero lo que realmente nos mueve por dentro es lo irracional, eso que no podemos describir ni definir con palabras. La lógica es sabia, plantea lo que debe ser, lo que es bueno que sea, mientras que nosotros nos aferramos a lo que entendemos como bueno, a lo que queremos que sea, que en la mayoría de las ocasiones no coincide con lo que es bueno, objetivamente. Aunque nos duela, aunque nos escueza, aunque no forme parte de nuestros deseos. El amor no es lógico, en ninguna de sus manifestaciones. En algunos momentos, si hubiera podido respirar por mis hijos lo habría hecho sin dudar. Y eso no es una prueba de amor infinito, si no más bien de amor enfermizo. Porque a los hijos hay que dejarles respirar, aunque a veces les cueste, del mismo modo que hay que permitirles volar, solos. Solos, es lo esencial. Puede que les cueste abrir las alas, que tengan vértigo, que la altura les impresione y hasta que sufran algún aterrizaje accidentado. Claro, lo que suele pasarle a todos aquellos que aprenden a volar. Porque se aprende equivocándose, mucho más que acertando, y el que los padres pretendamos evitarlo es la peor estrategia.
Los padres construimos un nido empleando los mejores materiales, los más resistentes y seguros, con la intención de que sea para siempre, aunque proclamemos a los cuatro vientos justamente lo contrario. Incluso bromeamos con su emancipación, cada vez más tardía (especialmente por el gran problema que les supone el acceso a la vivienda). Pero eso no es la realidad, forma parte del topicazo que nos empeñamos en mostrar. En realidad, queremos cerca a nuestros hijos, nos gusta sentirlos, escucharlos, y por eso cuando salen de casa cuesta tanto aceptarlo y asumirlo. Aunque sumen años, kilos y centímetros, siguen siendo esos chiquitines que no hace tanto tuvimos en nuestros brazos. Superaré el síndrome de nido vacío, claro, vaciaré del depósito de lágrimas (unas cuantas veces), asumiré que es lo mejor para él, para todos, y esperaré a que regrese, contando los minutos. Cuidaré de ese nido, que yo siempre imaginaré habitado.
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