Hay algo mucho peor que tener razón, y es estar de moda, dice Alberto Olmos en uno de los artículos recopilados en su reciente y magnífico Tardes tontas con la chica que te gusta. Da igual lo que digas sobre la novela de moda, en boca de todo el mundo: todos la están leyendo, o dicen estarlo, aunque a no pocos se les haga cuesta arriba, y sólo eso basta para convertirla en buena. Para un afamado y prestigioso periodista es la mejor que ha leído en muchos años. Lo malo es que hace tres, cuatro años dijo de otra que era la mejor que había leído en... muchos años. Y uno que pensaba que cuando se han sobrepasado los ochenta los años vuelan. Tres, cuatro, a esa edad, por lo visto duran más que los veranos de la infancia: no son muchos, son una eternidad. Quizá le pase como a ese comunicador, también afamado y de memoria debilitada, tan generoso como altruista en sus elogios dejados en redes sociales: cada arroz, cada pescaíto frito, cada plato original que prueba en cualquiera de los rincones de su amada España, cada verano, es lo mejor en su género que ha tomado en... muchos años.
No por repetirse es la serpiente de este verano. Ni lo es la pirueta que dan tantos que se proclaman católicos para no condenar sin ambages ni medias palabras la matanza, el exterminio, el genocidio, llámese como se quiera, que el gobierno israelí está llevando a cabo con el pueblo palestino desde hace casi dos años. Sí, pero los terroristas islamistas atacaron primero, de manera salvaje, y aún mantienen a unos cuantos inocentes secuestrados, sometidos a infernales vejaciones. Sí, pero en el Congo han matado a decenas de católicos hace unas semanas y nadie ha dicho nada, ningún político de izquierda se ha manifestado ante ninguna embajada. Sí, pero en África hay infinidad de niños famélicos que mueren de hambruna sin ser foco de atención, sin ningún periodista que los airee a diario en su tertulia televisiva. Condenan con la boca pequeña, casi en susurros, no vaya a ser que los confundan con esos progres tan guays, propalestinos de toda la vida. Una matanza es una matanza, la perpetre Agamenón o su porquero. Y para un verdadero católico cualquier asesinado, cualquier ser humano masacrado es tan hijo de Dios, aunque él no lo sepa y muera sin saberlo, como para condenar, alto, claro y a los cuatro vientos, a quien siega criminalmente su vida.
Pero, pese a acercarnos, tampoco es la serpiente de este verano. La serpiente, que traerá cola, es el enfrentamiento entre Vox y la cúpula de la iglesia católica española. Una serpiente menos tentadora que la que fastidió la vida a Adán y Eva, y de paso, por lo visto, al resto de los mortales, pero con su algo de bíblica. Que en la Iglesia caben todas las “sensibilidades” es evidente desde la noche de los tiempos: no habría llegado a dos milenios de ser idéntica a la que fundó San Pedro. Como evidente es que muchos de los postulados que defiende Vox van en contra de algunos pilares del catolicismo, tal vez de sus fundamentos más básicos. Y es ahí donde aparece el contorsionismo de ciertos intelectuales afines a este partido, intentando convencernos de que tan verdad es que la Tierra es redonda como que algo de plana tiene, buscando la cuadratura del círculo. Por lo menos, con sus razonamientos cuyas costuras acaban reventando hilan más fino que esos otros que directamente afirman sin dudarlo que el catolicismo fetén, el auténtico, es el suyo, no el representado por la cúpula buenrollista de la iglesia española actual. Y en medio de esta disputa se encuentra tanto creyente adulto que suponía que Vox era el partido a votar por un practicante apostólico y romano, quizá pensando ahora en meter el sobre en la urna con la mano derecha sin que su izquierda sepa qué papeleta ha escogido. Y el demacrillado Pedro Sánchez, entre tanto, claro, frotándose las manos.