Patios de memoria

Patios de memoria
Patios de memoria

11 de mayo 2025 - 03:10

Colas interminables para acceder a su interior. Laberintos de tiestos y flores, como creados por El Bosco. Latas y cañas. Pilas que ya no cumplen su cometido, pero que nos lo recuerdan. Colores y olores que siempre escapan de la rutina de los cuidados. No me cabe duda de que Los Patios son la gran seña de identidad (festiva) de Córdoba. Nos diferencian, porque son únicos e irrepetibles.

Hay muchas ferias, muchas, casi tantas como poblaciones en Andalucía. Con la Semana Santa ocurre lo mismo, en gran medida. Cruces no hay tantas, es cierto, pero las de Córdoba no son las únicas. Si las busca, las encuentra. Pero para ver y disfrutar de un patio tienes que venir a Córdoba. No queda más remedio. Es incuestionable. No hay competidores, no hay comparativas posibles. Ni los hay más bellos, ni más feos. Sencillamente no hay.

Puede que sea este uno de los motivos por el que tengo especial predilección por esta fiesta. Pero también por el hecho de que nos define, ya que son elementos vivos de nuestra memoria. Durante décadas, hasta no hace tanto, los Patios constituían uno de los núcleos sociales más importantes y representativos de nuestra ciudad. Acudiendo a una modernidad de nuevo cuño, eran espacios habitacionales que explicaban cómo éramos. Yo no viví nunca en un patio, pero tenía amigos que sí lo hacían. Por eso, durante mi infancia, visité y pasé muchas horas en aquellos patios que hoy se visitan guardando una larguísima cola.

Abundaban por mi barrio, por San Agustín, por San Lorenzo y Santa Marina. Y cada vez que entraba, una sorpresa me llevaba. Espacios comunales y comunitarios que hoy serían impensables. Espacios colectivos que no tenían un reglamento interno impreso en papel, con firma notarial. Era otra manera de vivir, de ocupar y compartir. Es inevitable recordar aquellos patios originales y no conjugar con frecuencia el verbo compartir. Casi todo se compartía.

Entrar en aquellos patios era ver a señoras con batas de guatiné regando los macetas o haciendo la colada, que era de todos. Se compartían tanto las pilas como las lavadoras. Y se compartían los aseos, los cuartos de baño. Para ducharse, en la mayoría de las ocasiones, tenías que pedir la vez. Y las puertas de las diferentes viviendas apenas contaban con medidas de seguridad. La puerta de la calle era la gran frontera, que protegía y resguardaba a lo que se consideraba como una gran familia. Colmenas de vidas, en la mayoría de las ocasiones sin ningún tipo de parentesco.

Recuerdo el patio de mi amigo Pepe, donde había gatos que cuidaban todos los vecinos. O recuerdo aquel patio por Santa Marina, por el que se atravesaba para ir de una calle a otra. Y recuerdo ese otro patio que dos vecinos se pasaban todo tipo de objetos mediante una cestilla que colgaba de unas cuerdas. Ahora, cuando regreso a los Patios, yo sigo viendo a esos vecinos, a esos amigos de mi infancia. Y creo que esos gatos son los mismos que tantas personas cuidaban, y siento ganas de pedir la vez para entrar al aseo. Esas imágenes, y otras muchas, permanecen intactas en mi interior. Han encontrado un hueco en mi memoria.

Sí, había un punto de fascinación. Aquellos patios ya eran únicos e irrepetibles, como lo son los que ahora visitamos. Y que aún siéndolos, no hay que contemplar solo como espacios de gran belleza, porque son mucho más. Son la esencia y la memoria de Córdoba, de lo que fuimos, y que de alguna manera sigue latiendo en nuestro interior. Es la representación más gráfica de una sociedad, casi de una forma de vida, comunitaria, que hoy nos cuesta entender, y que, seguramente, nos sería imposible protagonizar. Son otros tiempos, fueron otros tiempos, y el concepto de convivencia se ha transformado y delimitado. Los Patios vuelven a abrir unas puertas que nunca estuvieron cerradas en el pasado, cuando formaban parte de nuestra rutina. Más que una tradición, un espejo en el que nos seguimos reconociendo.

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