Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

La normalidad

Tras el trauma que la pandemia nos ha supuesto, no podemos permitir, ni nos merecemos, el llevar una vida traumatizada

La normalidad La normalidad

La normalidad

Apoyar los codos en la barra de un bar, ocupar tu asiento en la grada de un estadio de fútbol; comprar un helado pudiendo contemplar la vitrina y no esperar tu turno, en la calle, para poder entrar en el supermercado. Regresar a las presentaciones de libros y poder saludar a los compañeros y amigos. Entrar en una biblioteca, museo o cine sin temor. Volver a saltar, a bailar, disfrutando de un concierto. No sacar la cabeza por la ventanilla del autobús. Volver a sentir el aire fresco mientras pedaleas. No contar los que se sientan alrededor de una mesa. Recuperar las reuniones familiares y de amigos, sin mirar el reloj cada cinco minutos. Pasear sin rumbo. Regresar de madrugada a casa, a la hora que te dé la gana. Abrazar a tus seres queridos, sin distancia, como siempre hemos hecho. Como hicimos antes de todo esto. Ser como fuimos. Ese es el objetivo, ese es el reto. Y casi el sueño. Quién nos diría, no hace tanto, que nuestro gran anhelo fuera recobrar la rutina, lo ordinario, la normalidad de cada día. Jamás podríamos haber imaginado nada parecido. Sobre todo, porque esta pandemia, aunque global, a nosotros, a los españoles, así como a otros países de marcado carácter latino, nos ha golpeado en otras facetas de nuestras vidas, más allá de lo estrictamente sanitario. Nos ha acorralado en nuestra forma de ser, en nuestra sociabilidad, en nuestra afectividad, en nuestra manera de relacionarnos. Y nos hemos sentido extraños, maniatados, amputados socialmente. Porque, en gran medida, hemos tenido que ser como no somos o, peor aún, como no queremos ser. O como nos cuesta mucho ser, escoja su particular situación.

Por lo que contemplo a mi alrededor, volver a la normalidad va a ser un motivo de alegría, muy esperado, pero también un tiempo de temor. Esta pandemia ha hecho mucha mella en nosotros, más de lo que imaginamos, y no son pocos los que siguen estando atenazados por el miedo. Y cada uno es dueño de sus miedos, cada cual los asume como quiere o puede, y no hay miedos, a este respecto, válidos o no. Ante el miedo, nadie es capaz de predecir cómo va a actuar. Y comprendo a los que siguen teniendo miedo, porque la realidad es que el virus sigue estando aquí, entre nosotros, y seguramente ha venido para quedarse. Igual que convivimos con el de la gripe, por ejemplo, desde que recordamos. Tal vez por eso sea bueno comenzar a contar lo que sucede de otro modo, y que esta pesadilla no sea tan protagonista. Hay quien espera los datos diarios, la incidencia, el número de muertes, como quien leía, mientras tomaba el café, las esquelas de los periódicos cada día. Y, sin obviar la realidad, puede que sea bueno narrar esta realidad de otro modo. Que yo recuerde, no contamos los infectados con el virus de la gripe cada día, no contabilizamos las muertes que provoca, y que siempre han sido miles anualmente. Sabemos que la gripe está ahí, que te deja maltrecho, fastidiado, durante una semana, con dolores en todas las articulaciones, con unas fiebres que nos hacen hasta delirar, sí, alguna vez todos la hemos padecido. Y hasta conocemos a alguien que ha fallecido por su culpa. Es la realidad. Pero aún así, conviviendo con ella, incluso contagiándonos, hemos llevado una vida normal con la gripe entre nosotros. Pues ahora nos toca convivir con otro virus.

Y nos toca hacerlo recuperando nuestra vida normal, tomando una serie de precauciones, eso siempre, por supuesto, pero dentro de lo razonable. Precauciones que, en gran medida, no son más que prestar atención a nuestro sentido común y aplicar la lógica. Tengo la impresión de que eso es lo que toca ahora. Tras el trauma que la pandemia nos ha supuesto, no podemos permitir, ni nos merecemos, el llevar una vida traumatizada. No. Y también tengamos en cuenta que nos hemos vacunado, masivamente, como nunca se ha hecho en nuestra historia, por algo. Y ese algo es, en gran medida, recuperar lo que siempre ha sido nuestra vida. Volver a la normalidad, por tanto, más allá de la gran noticia, yo al menos lo considero así, es también el gran reto. Aceptar la convivencia con la enfermedad, seguirá estando ahí, relativizarla, y con prudencia y sentido común volver a vivir y a ser como fuimos. Que tampoco estaba tan mal.

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