Tribuna

Francisco núñez roldán

Historiador

El mundo es opinión

Socialmente es preciso insistir en el hecho, contrastado históricamente, de que no habrá opinión sin libertad para expresarla

El mundo es opinión El mundo es opinión

El mundo es opinión / rosell

El 23 de octubre de 1942 Ernst Jünger abandonó París al haber sido destinado al frente ruso. Aquel día anotó en sus Diarios que, al despedirse de sus superiores, había encontrado más amables a todos. "Tal vez esto fuera tan solo un reflejo de mi propia moral, que ha mejorado. El mundo es opinión dice Marco Aurelio". La cita del emperador al que Jünger admiraba por tantas cosas, y sobre todo por su inmutable y sólido estoicismo, tiene en ese contexto un carácter personal e íntimo que responde a la pregunta que en ocasiones todos nos hacemos, con desiguales y contradictorias respuestas: qué pensamos de nosotros mismos y qué piensan los demás sobre nosotros. El concepto cobra en Marco Aurelio y en Jünger el sentido de vanidad: la opinión es vanidad. Y ambos la desprecian hasta el punto de que Marco Aurelio invita a rechazarla: "Expulsa la opinión. Estás a salvo. ¿Quién, pues, te impide expulsarla?".

El término latino opinion cobra de ese modo una dimensión moral muy alejada, a priori, de la doxa griega. Porque para Platón la doxa, como opinión, es, respecto a las cosas, un saber intermedio entre la ignorancia y la ciencia, una facultad que nos hace capaz de "juzgar sobre la apariencia". Y es ahí donde confluyen ambos conceptos: la apariencia es, por un lado, engañosa; y por otro, vana. Pero no por esta razón el conocimiento de las apariencias debe ser desechado, al contrario. Y no puede serlo, según Platón, porque frente a la certidumbre de la visión intelectual del filósofo, la característica de la opinión es su probabilidad que la hace distinta de la filosofía y de la simpleza.

A esta característica habría que agregar, según Ferrater Mora, la que los escolásticos medievales propusieron: su asertividad. Toda opinión es una afirmación. Y toda afirmación está más cercana al saber cuanto más probables sean las razones en las cuales se apoya. A mi juicio, lo que distingue a la opinión de la certidumbre dogmática y de la propaganda es que, siendo conocimiento, necesariamente está abierta a la confrontación con otra opinión. Necesita la contradicción. Y precisamente por esa razón de ser, la opinión no nos ofrece certezas, sino dudas, porque "es enorme la diversidad y la ambigüedad de cualquier verdad terrena", como escribió Zweig. De esa manera, se podría añadir, que la tercera característica de la opinión es la libertad, pues la libertad va acompañada de la probabilidad del error y de la incertidumbre que surge de la dialéctica propia del debate entre opuestos.

Socialmente es preciso insistir en el hecho, contrastado históricamente, de que no habrá opinión sin libertad para expresarla. Y no vale que la opinión sea sólo pensamiento. Ha de ser acción, pensamiento publicado. La historia nos ha revelado las trampas al conocimiento: inquisiciones, creencias y dogmas. La dictadura sanguinaria de Calvino, que castigó con la muerte toda opinión contraria, y el despotismo ideológico de la Iglesia fueron los paradigmas que utilizaron los totalitarismos del siglo XX para eliminar el derecho a la libertad de opinión. Un derecho consagrado por la prensa libre desde el siglo XIX. Basta abrir este diario cada día para celebrarlo. Pero es precisa una advertencia contra la ingenuidad: el fanatismo de los ideólogos seguirá pretendiendo reprimir cualquier opinión que no sea la de su propio partido o facción. Si alcanzan el poder, es vital que el Estado nunca tenga competencias en materia de opinión.

Para sostener aquel derecho inalienable algunos apuestan por internet y por las redes sociales por su carácter abierto. Pero no son herramientas inocentes. Es verdad que internet ha contribuido al desarrollo inmediato y global de la opinión como pronunciamiento razonado sobre la realidad. Pero el mundo de las redes es opinión y apariencia, escaparates de una intimidad ad hoc donde todos se muestran como lo que no son y lo que dejan ver es vano, falso y cosmético. Y en estos precisos momentos de enorme confusión conviene a un poder ignoto que todo sea vanidad y ruido. Así pues, es más necesario que nunca separar el grano de la paja. Para lograrlo, nada más útil que la opinión fruto del estudio; la que está más cerca del claustro que del púlpito planetario de las redes; la que admite el reproche del sabio y escapa a la alabanza del necio (Eclesiastés,7,5).

Por mi parte, hago mías las palabras de Castellio frente a Calvino: "Cualquiera puede emitir un juicio sobre lo que he escrito y no temo la opinión de ningún hombre, en tanto me juzgue sin odio".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios