Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

La memoria del calor

Recupero esta memoria del calor, en una noche de insomnio y calor, una noche como las de tantas, pero ya no se cuela la farola por mi ventana

La memoria del calor La memoria del calor

La memoria del calor

Puede que hiciera calor aquel día. Se conocieron en el parvulario, aquellos años de manchas, babys y la seño María, que les enseñó las primeras letras y números, en una pizarra verdecasinegra que devoraba las tizas como si se alimentara de ellas. Entonces, tan niños, cuatro años, sin sentir todavía el calor, se conocieron pero no se reconocieron, eso sucedió años después, en el instituto. Cuando comenzaron a sudar. El macuto era una mochila verde nada anatómica tatuada por las manchas de tinta de los bolígrafos rotos, de una tela rasposa al tacto, repleta de reglas con esquinas maltratadas, gomas de nata, que mantenían su olor y raramente su color. La cajita de los tiralíneas, que los Rotrings eran un producto al alcance de unos pocos. Libretas y carpetas decoradas con los cantantes y actores del momento. Mickey Rourke enfrentándose al mismo diablo, Leño y Pink Floyd, Diana, la de V, a pesar de las tardes de sábado que les robó. Recortes de dulce, bocadillos de mortadela italiana o de tortilla de patatas, de bonito con tomate, o de flamenquín con tortilla francesa, si había dinero. O un perrito en Lucas, no se corte con la mostaza, le decían a quien los atendía tras la barra. Tardes de calor, sí, pero también de dar vueltas por el tontódromo: Cruz Conde, Gondomar y Tendillas, tras quedada en Telefónica. Podríamos quedar en otro sito, que aquí lo hace todo el mundo, siempre alguien protestaba. Los helados de David Rico, un corte de mantecado. O un pingüino, que ya hay que explicar de lo que se trata, esos breves pero deliciosos antídotos contra el calor. Y lo mismo sucede con los negritos, impensable en este tiempo, y que nosotros nos comíamos tan ricamente, seducidos por el chocolate (y sólo por el chocolate). Y los domingos por la mañana veían a sus padres tomarse una caña en el Correo, con una latita de mejillones, de compañía. Días de paseo y tapita, pero la comida en casa, que eso de hacerlo fuera no se estilaba (en realidad, es que no se podía).

Para desgracia de los espejos y horror de sus padres, llegaron las camisetas que lucían Travolta y sus amigos en Grease, y si no las conseguían las hacían a su manera. Días de verano. Porque el cine imponía sus modas, tendencias y movimientos, y bastaba con presenciar la salida de nuestros amigos de un cine de verano, cuando 200 brucelees se adueñaban de las calles, profiriendo toda clase de gritos y tratando de emular los golpes y llaves del maestro oriental. Las películas de Pajares, Esteso o Álvaro Vitale, ese actor que comenzó en el Amarcord de Fellini y acabó mirando por las cerraduras como se desnudaba la profe. O Ben-Hur, noche imperial de verano, que hasta Heston sudaba nuestro calor. Puedo ver a nuestros amigos con un bocata de barra y una botella de "casera" rellena con agua fresquita, que esa película requería de avituallamiento. Olimpia, Delicias, Coliseo o el Fuenseca, ese mapa de cines de verano con pantallas encaladas y salpicadas de salamanquesas, sillas de hierro que te dejaban los cachetes maltrechos y olor a jazmines. Nuestros amigos no pueden olvidar las tardes en el Arcángel, aquella eliminatoria con el Valdepeñas, qué calor, cómo sudamos, en ese viaje en tren atestado de banderas blancas y verdes. Gol de Valentín. Mariano Mansilla, Manolín Cuesta, Perico Campos, los Luna, Vinuesa, Mantecón, Berges, Toni y Paco.

Miro a los protagonistas de estos días de paseo y calores, porque del calor hay que hablar en plural, y puedo ver a mis amigos de la infancia, que todavía lo siguen siendo, y también me veo yo. Desde el sonrojo, la emoción y la nostalgia. Nostalgia no del tiempo, de las emociones. Pienso en todo esto, recupero esta memoria del calor, en una noche de insomnio y calor, una noche como las de tantas, pero ya no se cuela la farola por mi ventana, aunque la imagine. Solemos decir que no nos acordamos, de un año para otro, del calor padecido en el pasado, y puede que sea cierto. Como también es cierto que el calor, con esas interminables siestas y noches, confecciona en nuestro interior su propia memoria. De un tiempo, de un verano infinito, que se extiende a lo largo de nuestras vidas.

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