Ya no sé lo que dijo María Pombo, exactamente, con respecto a la lectura. Pero da igual lo que dijera, porque bien dicho estuvo. Muy bien. Mi aplauso para ella. Pulsó el botón nuclear de los lectores, rellenó el depósito de los tertulianos, periodistas varios y articulistas de todas las tendencias, y encendió la chispa de los opinadores, cansados de opinar siempre de lo mismo. Y se produjo el milagro. Vaya que sí.
Cuánto le tenemos que agradecer a María Pombo, lo suyo sí que ha sido una estrategia eficaz de fomento de la lectura. Muy eficaz. Motivacional, natural y pasional y no sé cuántas palabras más acabadas en “al”. O en “ar”, como espectacular. Ha demostrado que realmente es una persona influyente, influente, perdonen que no me agarre al anglicismo tan de moda, del más alto nivel, y que sus palabras y recomendaciones tienen recorrido. Cuentan. Pesan, y eso no lo consigue cualquiera, ni mucho menos.
Sí, ha sido eso que conocemos como viral, y que en este mundo nuestro es como alcanzar tu minuto de gloria del pasado. La gloria, sí, es lo que ha conseguido María Pombo, gracias a esa reflexión suya por la lectura que ni recuerdo, y hasta que puede que no haya escuchado en su integridad. Me ha bastado con contemplar el tsunami y leer las opiniones generadas. Tuvo que ser algo muy inteligente, medido y reflexionado para conseguir tal nivel de respuesta. Por una simpleza, por una chorrada, perdón por el vulgarismo, no se lía la que se ha liado. En eso, al menos, estaremos de acuerdo.
Supuestamente, no somos mejores por comprar un libro y leerlo. Tampoco por adquirir una entrada e ir al cine, a un museo o a una representación teatral. No somos mejores por levantarnos por la mañana e ir al gimnasio. Tampoco somos mejores por participar en un curso de pintura y estudiar, por simple apetencia o inquietud, filosofía, física, historia o arte.
Y sin embargo, nadie puede dudar de que todas las actividades que he enumerado nos benefician. Que los perjuicios, en caso de haberlos, son infinitamente menores y para nada proporcionales a los beneficios. Por tanto, si nos benefician, si no nos dañan, quiere decir que nos hacen mejores. Pero sigamos con los supuestos. Si las citadas actividades, las compartimos con los niños ingresados en un hospital, con personas en riesgo o directamente en exclusión social, con los internos de un centro penitenciario o con los habitantes de un diminuta aldea africana, ¿eso nos haría ser mejores, o, sencillamente, seríamos mejores? ¿Nos admirarían por tal motivo? ¿Mereceríamos el elogio público? O sea, si lo privado lo convertimos en colectivo, si lo ofrecemos y compartimos, de manera altruista, ¿somos mejores? Si una administración pública o privada, tiene entre sus objetivos el, por ejemplo, fomento de la lectura, ¿es un objetivo a destacar? ¿Se debería calificar como una buena labor? No seré yo el que responda a estas preguntas.
María Pombo lleva razón. O no. Pero da igual. Lo ha conseguido. Ha triunfado. Ha demostrado que es una influenciadora de gran nivel. Que nadie lo dude. Leer no me hace ser mejor, pero la lectura consigue que sea mejor. Más libre, más sabio, más reflexivo, con más mundos, más y mejor informado, más ágil mentalmente, más muchas cosas (más), buena parte de ellas validadas por la ciencia. Y lo mismo me sucede con el cine, el arte o el teatro, con la cultura en general. Y cuando me topo con alguien que no lee, siempre le espeto un “no sabes lo que te pierdes”. Deseoso de que nadie se prive de semejante sensación. Ojalá tuviera yo la capacidad de María Pombo, que no iba a dejar a nadie sin su correspondiente libro.