La tribuna
La fuerza de lo identitario
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Me temo que no será un Hasta luego, Lucas, como diría el genial Chiquito, y que es un adiós definitivo, al menos en el modo que lo hemos conocido, con Rafael tras la barra. Con toda seguridad, aprovechando la “marca”, vendrá otro Lucas, renovado, esperemos que no con cebolla caramelizada al punto de Vino de Oporto o con salchichas gurmé a baja temperatura, el que se ubique en su lugar. Un lugar que ha estado ocupando un punto destacado de Córdoba y de los cordobeses durante sesenta años. Que se dice pronto.
Hablamos de un lugar generacional, por el que hemos desfilado varias generaciones de cordobeses. Como Bocadi, el Correo, el puesto de caracoles de la Magdalena, el Pisto, Sociedad Plateros, el Limbo, el Automático o el Churrasco. Uno de esos espacios que construyen y definen una sociedad. La cordobesa, en este caso.
Mi juventud, como la de muchos, está ligada a Lucas. Yo he comido allí perritos a cinco duros, a cincuenta pesetas y también los he pagado en euros. Porque una buena tarde de fin de semana tenía parada obligatoria en Lucas, al igual que la tenía en Bocadi, y hasta en la barra de El Caballo Blanco, para disfrutar uno de sus célebres bocatas de calamares. Esas tardes con quedada previa en Teléfonica o en David Rico, con interminables paseos por Cruz Conde y Gondomar, con fiestas en Maristas o antes de ir a la calle Osario o a la Cruz de Veterinaria, cuando la Feria estaba en en Los Patos, en pleno centro de la ciudad, para éxtasis de los atascos y fastidio de los vecinos.
Ya no tenemos conciencia de ello, pero cuando Lucas empezó a ofrecer sus célebres perritos, estos eran una novedad. Algo parecido al poke o al ramen de ahora. Los españoles éramos más de bocatas, bocatas, de chorizo, salchichón, jamón, queso y demás, y los perritos y hamburguesas fueron una “invasión” gastronómica, que hoy disfrutan hasta esos que despotrican de Halloween mientras se preparan uno bien cargado de mostaza y de ketchup. Sí. No somos unos galos en un mundo global, aunque algunos no lo entiendan o rechacen.
Rafael, no podía llamarse de otra manera el propietario de un negocio tan cordobés, ha decidido dar un paso atrás tras casi sesenta años de servicio, son muchos años. Muchos miles los perritos preparados. No quiero imaginar las toneladas de ketchup o de mostaza. Se lo ha ganado a pulso el hombre, nada hay que reprocharle. Le toca disfrutar de un merecido descanso. Eso no quita que notaremos su ausencia. Porque doy por hecho que habrá un nuevo Lucas, y también doy por hecho que no será igual. Y a lo mejor es bueno que eso suceda, que las cosas cambien, muten, evolucionen. No lo dudo, y siempre defenderé el caminar hacia adelante, pero oye, en el local de al lado, que mi Lucas lo dejen como siempre. Bromas aparte, estaría bien que Lucas continuara su recorrido, respetando la esencia de lo fue durante varias décadas. Un casi más de lo mismo que también puede entenderse como algo revolucionario, en este tiempo que impone el cambio por el cambio, hasta cuando esos cambios son claramente a peor. Eso que Prince cantó y definió como el signo de los tiempos.
Ha cerrado Lucas sus puertas y en Córdoba nos hemos quedado sin los perritos calientes más célebres que hayamos conocido. Punto destacado en la geografía emocional de varias generaciones de cordobeses. Mientras escribía estas palabras he recuperado multitud de imágenes del pasado, en esas tardes en las que pasaba por Lucas. Tiempo de juventud y efervescencia, de amigos, de primeras veces (en todo), de emociones, de sensaciones. Tiempo que con frecuencia mitificamos, confrontándolo a este presente. Ni fue tan bueno ni es tan malo. No me caracterizo por la melancolía, no soportaría estar instalado en el pasado, recordar no es el verbo que más conjugo, pero la memoria camina por libre. Se construye con elementos que raramente escogemos. Llegan, se cuelan, sin más. Cortito de ketchup y mucha mostaza, como los sigo pidiendo. Y cada vez que lo hago, me recuerdo en Lucas.
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