La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

La libertad de las palabras

La libertad de las palabras
La libertad de las palabras

17 de octubre 2022 - 01:46

La semana pasada, bromeábamos algunos cordobeses sobre el uso y procedencia de ciertas palabras, muy nuestras, o absolutamente nuestras, en algunos casos muy concretos, y que utilizamos con frecuencia. Nada más cordobés que el pego, al que todo forastero reacciona arqueando las cejas, tal si hubiera escuchado otro idioma. Pego, o tontería, o chorrada, procede de cierto oficial francés, nos remontamos a la invasión gala que sufrimos, muy tendente a meter la pata verbalmente. El gabacho, de apellido Pegau, o similar, cuentan que intentó hacer volar un globo desde los ahora jardines de la Merced, con tan mala suerte que dio con sus huesos en el suelo, provocando la algarabía de los presentes. Y claro, empezaron a decir nuestros antepasados, no cuesta imaginarlos, vaya pegou, vaya pegau, vaya pego, y hasta ahora. Otra palabra muy nuestra es valgas, que es esa bebida compuesta de tinto (peleón) y gaseosa que siempre di por hecho que procedía de la combinación VALdepeñas GASeosa. Me cuenta mi amigo Antonio Manuel que no es así, que procede del vino aguado que servían, para que cundiera más, en la célebre Venta Vargas. Conociendo nuestra tendencia a fusilar a las 'r' intermedias, tampoco es de extrañar. Desde siempre, una de las palabras que más me han fascinado del alfabeto cordobés es el verbo averiguar (que trajo a colación José Carlos Ruiz (nuestro Séneca 2.0) en todas sus posibles acepciones, contextos y matizaciones. No es lo mismo que te pregunten ¿qué estás averiguando?, o que tu contertulio afirme con rotundidad: averiguado. Hay otro, averiguado, posibilista, casi picaresco, que se utiliza frecuentemente en primera persona, yo te lo averiguo, y que conlleva e implica ciertas habilidades, en ocasiones hasta ilegales, de quien lo pronuncia. Además de las citadas, no podemos olvidar esa tan hipnótica como es perol, o nene. Fartusco también es una palabra de gran profundidad, que se puede emplear, y con acierto, en multitud de ocasiones.

Y no me olvido, por favor, de una palabra que adoro por todos sus matices: artista. Porque en Córdoba se puede ser artista de muchísimas maneras, y esas maneras cambian, muy radicalmente, según se pronuncie la palabra. Y así se puede ser artista, porque el citado es pintor o escultor, pero también se puede ser un auténtico caradura, un número uno en tu oficio, sea cual sea, pero también una absoluta calamidad, depende. Me gusta esta libertad de las palabras, ese uso localista, pero también personalista, que hacemos de ellas. Esas matizaciones sonoras, esos juegos, imposibles de recoger por escrito en una gramática, y que se encuentran en un plano meramente emocional, social o antropológico (que es la manera científica de definir lo que fija y establece la calle). En esto de liberar a las palabras, tanto en significado como en sonido, no sólo los cordobeses, los andaluces en su conjunto somos unos auténticos especialistas, no hay quien nos gane. Inventamos nuevas vocales tras fusionar dos o tres, para crear una nueva. En cierto modo, y así lo llevan reconociendo prestigiosos lingüistas en las últimas décadas, el andaluz tiene mucho de evolución del español, incluso de puente, con el que se habla, tan rico y repleto de vocabulario, al otro lado del Atlántico.

En este tiempo devorador de las palabras, porque eso es lo que estamos haciendo, cada vez las utilizamos menos, las reducimos, las sumamos para expresar mucho, o querer expresar mucho, con muy poco, el que sigamos manteniendo e incorporando nuevas palabras es una buena noticia, vengan de donde vengan, Hay quien reprocha que, del mismo modo que nos sucede con Halloween, las hamburguesas o Santa Claus, asumimos y aceptamos todo lo que nos viene de fuera, y aún teniendo un punto de verdad debemos tener en cuenta que no deja de ser el resultado de vivir en un mundo global. Hay palabras que se convierten en 'globales', por los más diferentes motivos, algunas de ellas de origen español, por cierto, y su aceptación tal vez deberíamos entenderlo como algo lógico, razonable. No es un pego, precisamente, nada de lo expuesto. Las palabras, cuando son libres, tienen vida propia. La libertad, precisamente, es eso: no se somete.

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