La tribuna

Hasta siempre, jinete eléctrico

Hasta siempre, jinete eléctrico

Dcen que murió de noche. Que no se enteró. Tal vez soñando que proseguía descalzo en el parque. O contemplando la sabana africana. O recorriendo las calles de La Habana. O con el corazón acelerado por llegar al cierre de edición. O tras un oso en la montaña nevada. O a lomos de ese caballo que solo quiere tirarlo. Ha muerto Robert Redford, que es lo mismo que decir que ha muerto una parte importante de la historia del cine.

Bello, como una primera versión de Brad Pitt, elegante, talentoso, activo, comprometido, carismático. Lo tenía todo, o así lo creímos ver. Resplandeciente y perfecto como una diamante que nos sobrecoge por su arquitectónica belleza. Creo que he visto Tal como éramos más de veinte veces. No lo hago en una fecha señalada. No forma parte de ningún ritual. Simplemente, en muchas (de mis muchas) noches de insomnio la vuelvo a ver. Y todas las veces que la he vuelto a ver he llorado. Como la primera vez. Conmovido, con el corazón en la garganta. Casi sin poder respirar. Porque ese desgarro que contemplo es mi propio desgarro. Cuánto dolor. Y aún así no puedo dejar de ver esta película.

No era guapo, era guapísimo, un canon de belleza. Que difícil dirigir la mirada en los planos que compartió con Paul Newman. Su compañero ideal. Pero como Paul, Robert Redford hizo de su extremada belleza una virtud más, un (maravilloso) complemento a su talento, un gran añadido. No triunfó por ser guapo. Seguramente le ayudaría en sus inicios, y quién no utilizaría y se aprovecharía de algo así. Para qué enumerar sus películas más destacadas, que no es que formen parte de la historia del cine (que forman), forman parte de nuestras vidas. Y eso muy pocos lo consiguen.

Sobresaliente en todos los ámbitos de su vida. Como actor, como director (inolvidables El río de la vida o Gente corriente), también fue escritor, ecologista convencido, frustrado pintor, activista social, al lado siempre de las causas más justas, intento de arquitecto, o asesor político del demócrata Jimmy Carter. Creador de tal vez el festival de cine independiente más importante del mundo, el ya legendario Sundance.

Quiso que los nuevos talentos del cine no lo tuvieran tan difícil como él lo tuvo y les ofreció un espacio y plataforma de gran proyección. Una vida activa y comprometida. Una combinación que en este caso forja una leyenda diferente, con trasfondo y recorrido más allá de las alfombras rojas.

Redford se escapó durante unos meses a España, a Málaga, en los 60, a vivir y disfrutar de la bohemia. Menos tiempo del que hubiera deseado, porque lo reclamaron para protagonizar la adaptación cinematográfica de Descalzos por el parque, junto a Jane Fonda. Y llegó la gloria. Gracias por rodar esa película, que tanto me ha influido, como Tal como éramos. Al igual que lo ha hecho El jinete eléctrico. Convertido en Sonny, de nuevo junto a Jane Fonda, ahora como Alice, Redford firma un suculento contrato, con el que va a dilapidar su fama como campeón mundial de rodeo, apareciendo en Las Vegas, embutido en un escandaloso traje blanco repleto de bombillitas. Pero antes de hacerlo, huye al desierto, a lomos de un caballo valorado en varios millones.

Una historia de reencuentro, pureza, esencia, amor, dudas, ocaso, leyenda y vida. Y de no renunciar a nuestro origen y definición. En muchas ocasiones me he sentido como Robert Redford a la grupa de ese caballo, recorriendo el desierto, o el abismo de lo desconocido. Y hasta puede que alguna vez me haya puesto ese mismo traje de escandalosas bombillitas. Pero como Sonny, nunca dejé de mirar el desierto, hacia el origen de todo. Hasta siempre, jinete eléctrico, no dejes de cabalgar.

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