La huella digital
No sé si por efecto del calor, la melancolía o lo que sea, que no sé muy bien explicar, el otro día estuve leyendo mensajes, de correo, de Whatsapp, sms, de amigos y familiares que ya no están. Todo comenzó, como suelen comenzar estas cosas, por casualidad. Buscaba entre los mensajes uno concreto, cuando me topé con el de Paco. Hablábamos de poesía, de un libro que quería publicar. Esto me trasladó a Nacho, y luego a Eduardo, y Antonio después… Amigos y familiares que se fueron y cuyas conversaciones permanecen en mis dispositivos. Y encontré más encuentros, claro, en las redes sociales. Muchas bromas, muchas risas, hasta en los momentos más duros, en algunos casos. Me estremecí al leer algunas frases, lloré de nuevo cuando recuperé otras.
El dolor de perder a un ser querido es una herida siempre abierta. Te acostumbras a ella, pero nunca la consigues superar. Puede parecer esto muy dramático, incluso exagerado, pero tiene un trasfondo muy hermoso: el amor siempre permanece. Cada día lo tengo más claro, no hay mejor inversión, nada puede hacer más gratas y ricas nuestras vidas. Por eso no termino de entender a esas personas que entregan su vida al rencor. Las hay. Mantener el odio, que el rencor no desfallezca, como una lumbre a la que hay que alimentar a diario. Una vida sin vida, ya que renuncias a la propia nada más que por seguir proyectando el rencor hacia otras personas. Una vida triste.
Por lo visto, no es tan complicado cerrar las cuentas y perfiles de las personas fallecidas, para que también desaparezcan de las redes sociales. Desde luego, y bajo mi punto de vista, hay quienes desearían que sus redes sociales se cerraran para siempre, para no dejar ese legado de fango y malababa tras su partida. O así lo veo yo. O, tal vez, quien ha entregado su vida al rencor quiere que lo recuerden de esa manera. Odió hasta después de la muerte. Y siguió odiando.
Ahora se habla mucho de la huella digital, de la reputación que almacenamos y cimentamos en las redes, en los mensajes, en el mundo virtual. Hay empresas que se dedican a limpiarte y sanearte tu huella digital. Me temo que algunos necesitarán de grandes cantidades de amoniaco y sosa cáustica, tras años de barbarie. Si nos detenemos un instante, la huella digital es exactamente igual que la huella real, la que dejas en tu paso por la vida. Puede ser más llamativa, más rápida, la digital, pero se crea de la misma manera. Nuestros actos, nuestras vidas, el haber tenido un comportamiento digno con los otros, nuestras opiniones, todo eso suma. Aunque tengamos en cuenta que hay quien se maneja muy bien escondido en la maleza, construyendo una falsa huella neutra. Líbrame de los neutros, al igual que de los mansos.
Tampoco creo que sea bueno vivir obsesionados con alcanzar una intacta y reluciente huella, ya sea real o digital. Tenemos derecho a equivocarnos, a errar, que yo entiendo que es la única manera de aprender. Quien todo lo hace bien, qué rectifica, qué cambia, hacia dónde evoluciona. Además tiene que ser un poco aburrido esa blancura, ese no haber roto nunca un plato. Con lo que desfoga, de vez en cuando, romper un plato y hasta soltar eso que te abrasa por dentro. Como siempre, en el equilibrio puede que esté el acierto, no renunciemos al gris, que también es un color, y muy necesario. Pienso en esto y en las huellas que me dejaron esos seres queridos que ya no están físicamente pero que siguen estando en mi mente y en mis redes sociales. Los puedo escuchar, casi sentirlos, cerca. Los voy mantener, me gusta verlos, como si siguieran aquí. Porque para mí siguen aquí.
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