La tribuna

Es la Geografía, estúpido

Es la Geografía, estúpido
Federico Soriguer
- Médico. Miembro De La Academia Malagueña De Ciencias

Hoy, cuando hablamos del paraíso pensamos, por lo general en esos lugares que, como el Cielo de los cristianos, el Jardín Celestial del islam, o el Edén del judaísmo, muchas religiones han imaginado para después de la muerte. Pero hay también en todas las culturas una especie de nostalgia de un paraíso perdido en algún momento de la larga prehistoria, en la que los hombres vagaban libremente por las praderas y bosques, vivieron en mayor armonía con su entorno, había menos desigualdad y probablemente menos enfermedades y una mayor esperanza de vida. El ejemplo, para nosotros de este paraíso perdido seria el Paraíso en el que vivieron Adán y Eva, contado en el Génesis, libro escrito por Moisés entre los siglos XV a XIII a.C, inspirado por Dios, o según diferentes estudios académicos resultado de la compilación de tradiciones orales por varios autores entre los siglos X y V a.C. Pero, el Génesis no inventó nada, solo hizo de la nostalgia del pasado, alta literatura. Una nostalgia de un momento anterior a ese Neolítico que comienza con la agricultura, cuando la forma de vida de los cazadores recolectores va desapareciendo, comenzando las luchas por la propiedad, las guerras, el patriarcado y, sobre todo, las epidemias zoonóticas por la convivencia con el ganado doméstico. Es lo que parecen demostrar de forma convincente estudios realizados en la últimas décadas, algunos muy recientes, utilizando técnicas de medición del DNA de restos humanos de hace miles de años. Un momento singular de la vida de los humanos, probablemente hace 6 o 7 mil años, en el que la convivencia entre animales y humanos provocó un aumento de la carga de numerosas enfermedades infecciosas y parasitarias, que afectaron profundamente la salud y la historia humana y continúan haciéndolo en la actualidad. A partir de ese momento, se queman los bosques, se transforma el paisaje, la dependencia del clima para las cosechas se acentúa, se producen los asentamientos urbanos, primero aldeas, después ciudades, aumentando la densidad de la población y con ella los residuos. Es, en definitiva, el nacimiento de nuestro mundo. Como dice el historiador francés Jean Guilaine : “Somos los hijos del Neolítico”. En todo caso tengo para mí que mi generación sería, (en Occidente), la de los últimos hijos del Neolítico, al menos los últimos con memoria rural, pues en las pasadas décadas se ha producido un aumento extraordinario del asentamiento de la población en las ciudades de manera que en el momento actual viven en ellas cerca del 60 % de la población mundial. En España en 1850 el 87 % de la población vivía en zonas rurales y en 2024 el 82 % de la población vive en zonas urbanas. Un mundo que se parece muy poco a cuando yo era un niño (por los años 1950) años en los que aún la mitad de la población española vivía en zonas rurales. Una nueva geografía humana que nos permite hablar de una nueva era que se ha llamado antropoceno desde la perspectiva geológica, pero que desde la geografía humana podríamos llamar postneolítica, pues el cambio extraordinario que se ha producido y que se prevé continúe exponencialmente, ha superado con creces aquellos límites que identificaron al Neolítico. Una era postneolítica cuyas consecuencias comenzamos ahora a conocer. Lo sorprendente es que las personas que estamos viviendo este enorme cambio somos muy parecidas, genéticamente, a aquellos que comenzaron a asentarse por primera vez, abriendo las puertas al Neolítico. Como lo eran estos hombres y mujeres del Neolítico, también, muy parecidos a los que les precedieron, al menos a los sapiens del paleolítico superior (40-10 mil años a.C). Si aquel desajuste entre la biología y el nuevo hábitat del Neolítico tuvo consecuencias sociales y sanitarias extraordinarias, no debería sorprendernos que un cambio como el socio-geográfico actual, cuyas dimensiones son mucho mayores y rápidas que las de aquel momento, también los tenga. La profunda incomodidad de grandes masas de población, las migraciones masivas, el recrudecimiento de las guerras, las nuevas y viejas epidemias, las nuevas enfermedades por desajuste entre la biología y el medio ambiente, el impreciso malestar de la cultura, etc., no se explican suficientemente si no se tiene en cuenta este cambio de era. Porque parodiando el exabrupto sobre la economía, que Clinton utilizó en su campaña contra el presidente George H. W. Bush (padre) durante las elecciones presidenciales de 1992, hoy podríamos decir que ¡es la geografía, estúpido! Como siempre. Una geografía sin la que hoy, sin ir más lejos, no se pueden entender muchas de las enfermedades de nuestro tiempo.

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