Tribuna

JOAQUÍN ARIAS

CEO de Habilmind y experto en herramientas educativas

La generación confinada

La generación confinada La generación confinada

La generación confinada / rosell

Acaba de terminar el curso escolar más atípico de nuestra historia, al menos desde la implantación de la educación obligatoria en nuestro país. El confinamiento impuesto con motivo de la epidemia del Covid-19 obligó a cerrar los colegios a mediados de marzo y a comenzar un experimento de formación on line que, como todo experimento, ha tenido un resultado desigual, según las familias, los profesores y los colegios.

A la incertidumbre vivida en el final del curso se añade ahora la que se cierne sobre el comienzo del próximo. La necesidad de tomar medidas de prevención choca directamente con las posibilidades materiales y logísticas de los colegios y, en consecuencia, Ministerio y comunidades autónomas se encuentran en un tira y afloja que mantiene expectante a la comunidad educativa, a la espera de conocer aspectos básicos como las ratios de alumnos por aula, la complementariedad de las clases presenciales y on line, o cómo se organizarán los recreos y los comedores.

Entendiendo todas las dificultades que existen sobre la mesa para la toma de decisiones concretas, esta situación de incertidumbre redunda directamente sobre la calidad de nuestro sistema educativo, pero, sobre todo, ante el proceso educativo de nuestros hijos.

Aunque ha quedado clara la capacidad adaptativa de la sociedad, no podemos olvidar la afectación que un proceso extraordinario como el encierro durante meses de los menores ha tenido sobre su desarrollo psicológico y emocional. La destrucción repentina de las rutinas del menor tiene un impacto directo sobre su comportamiento, por lo que habrá que estar muy atentos para detectar aquellos casos más complicados, de forma que se les pueda dar solución, antes de que terminen teniendo consecuencias irreparables para el proceso educativo del niño.

El estrés, la ansiedad, el miedo o la tristeza son emociones que el confinamiento ha podido causar en la sociedad en general, y en los más pequeños, especialmente. De ahí la necesidad de ayudar a los niños a expresar con naturalidad sus emociones, para que aprendan a encauzarlas y evitar episodios de agresividad y enfado que, en mayor o menos medida, todos los pequeños habrán padecido durante los largos días de confinamiento.

La desmotivación del menor, el aumento de su lado pesimista o la afectación sobre la autoestima serán indicadores a los que habrá que prestar atención para evitar que se conviertan en formas de ser normalizadas en la vida futura de los menores. El confinamiento también ha podido afectar a la conducta de los menores provocando trastornos del sueño, insomnio o pesadillas, y un trastorno de los hábitos alimenticios que debemos tratar de que vuelvan a la normalidad de las rutinas que eran habituales antes del encierro.

Pero la situación de aislamiento de los menores también ha podido provocar un acomodamiento en esta situación que haya mermado las capacidades de socialización del niño, que ahora prefiere jugar solo en casa que salir a ver a los amigos. Si a esta situación le añadimos el abuso de juegos digitales, el coctel resultante es un proceso creciente de adicción y aislamiento social, muy negativo para el desarrollo del menor y que puede plantear problemas para la vuelta normalizada a las aulas.

Efectivamente, el confinamiento ha trastornado igualmente la vida de todas y cada una de las personas y, efectivamente, bastante han tenido los padres con tratar de compaginar el teletrabajo con las tareas domésticas, y las obligaciones propias de la paternidad con las nuevas obligaciones educativas a las que han tenido que hacer frente. Y todo ello, acotado por un espacio limitado en el que tampoco estábamos acostumbrados a pasar tanto tiempo juntos.

Es cierto, ha sido complicado para todos, pero también y, especialmente, para nuestros hijos. Padres, profesores, colegios, administraciones y la sociedad en general tienen la obligación de que todo lo ocurrido sea para los pequeños una aventura que contar en un futuro como una anécdota apasionante, pero, sobre todo, la responsabilidad como sociedad es la de evitar que todo lo ocurrido les marque negativamente y los convierta en una generación pesimista, miedosa, asocial y, en general, una generación fracasada.

Debemos estar muy atentos para evitar que el confinamiento pase de ser una situación cincunstancial y momentánea, a marcar la personalidad y definir a toda una generación. Está en nuestras manos evitar que la siguiente generación, sea conocida como la generación confinada.

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