El pasado viernes estuve en Jaén recogiendo el premio de novela del mismo nombre, dos meses después desde que se conociera el fallo, a mediados de septiembre. Una velada/cena fantástica, exquisitamente organizada; lo pasamos muy bien. Una ceremonia de entrega que suponía la llegada de los ejemplares de La estrategia del impostor a las librerías, donde espero que estén el menor tiempo posible, para ocupar mesitas de noche, baldas y estanterías varias, en casa de los lectores.
No miento si afirmo que se trata de la novela más importante de mi vida, con mucha diferencia. Porque el Premio Jaén es muy prestigioso, lo han ganado grandes autores que admiro profundamente, como Elvira Navarro, Patricio Pron, Emiliano Monge o mis paisanos Alejandro López Andrada y Joaquín Pérez Azaústre.
Sigo, porque es sin lugar a dudas mi mejor novela. En la que más libre me he sentido, en la que más me reconozco, hasta el punto de encontrar a todos los escritores que he sido y soy. El escritor intimista de El escalador congelado, el de novela negra, como es El lenguaje de las mareas, o incluso el creador de hilos para redes sociales, es fácilmente reconocible en este libro. Y sobre todo porque le debo mucho, muchísimo, a esta novela. Y ojalá esa deuda tarde mucho en pagarla.
Tomaba notas de posibles tramas y personajes cuando me diagnosticaron el cáncer que padezco. Mayo de 2024. La primera quimioterapia que recibí era muy agresiva, y entre las contraindicaciones que arrastraba figuraba la no exposición al sol, además de que el calor me afectaba (y afecta) especialmente. Y fue un verano muy soleado y caluroso. Encerrado en casa, opté por entregarme a la redacción de esta novela. Recuerdo jornadas frenéticas, de doce o catorce horas de trabajo. Y mientras lo hacía, mientras le daba vida a Mario Mesa, el protagonista, o a Luis, a Rafa, Tati o Mina, el cáncer, la enfermedad, no existía.
Recuerdo teclear con la fatiga golpeando mi campanilla, o repleto de ronchas, abducido por una historia que me tenía atrapado. Recuerdo atardeceres con la vista nublada, de letras borrosas pero ideas muy claras. Sí, le debo mucho a La estrategia del impostor. Placebo, medicina, terapia, engaño. Todo eso y algo más, seguramente. Pero gracias a esta novela aprendí a dominar mi mente y conseguir que el cáncer no pasara a convertirse en el centro de mis días. Una circunstancia, importante, pero una más de cuantas condicionan, afectan o configuran mi vida.
Estamos tan acostumbrados a clasificar y catalogar todo, que me cuesta mucho trabajo hacerlo con La estrategia del impostor. Sí, es un thriller, veloz, a ratos torbellino, desde la primera línea, en ocasiones muy negro, que transcurre en apenas tres días. Sin aliento. También es una novela política, cierto. O, más bien, una novela sobre la clase política. Soy muy fan de las series y novelas que abordan la política, pero echo de menos historias que la aborden desde las entrañas, que no estén protagonizadas por mega líderes nacionales o internacionales. Eso es lo que he hecho, Mario Mesa, el protagonista, es un político profesional, que podría vivir en el piso contiguo al tuyo.
Y es una novela sobre las relaciones, indiscutiblemente. Aborda buena parte de ellas. Relaciones de pareja, entre amigos, padres e hijos, profesionales, etc. Y también es una radiografía de la actualidad, es una novela muy de hoy, de este presente que vivimos. Muy ilusionado me entrego a la opinión y sentencia de los lectores, que es lo que realmente cuenta. También ilusionado, porque he dado lo mejor de mí, porque me he dejado la piel, para ofrecer mi mejor novela. Ojalá esta sensación sea compartida.