Rafael Rodríguez Prieto

¿España fallida?

La tribuna

9869361 2024-12-05
¿España fallida?

05 de diciembre 2024 - 03:07

Las goteras de la Biblioteca Nacional fueron el prolegómeno de lo que nos aguardaba. Arsenio Sánchez, antiguo trabajador de esta institución, nos advertía de su desamparo materializado en unos presupuestos cada vez más reducidos, a pesar de ser parte de “esas instituciones excelsas de la cultura española” como el Archivo Histórico Nacional, también abandonado a su suerte. Sánchez afirmaba algo obvio que, en los tiempos que corren, no debería ser dado por supuesto: la Biblioteca Nacional merece ser tratada con respeto.

Si no se respeta nuestro acervo colectivo, nuestro conocimiento reunido durante siglos o a nuestra lengua común, mucho menos se respetará a las personas que integran un Estado, cuya clase política dirigente maltrata la educación y la ciencia. Algunos dirán que no tiene nada que ver, pero, desgraciadamente, tiene todo que ver. Continuarán gritándonos, gracias a su poder mediático, que España no está rota; incluso después de esta experiencia caótica y siniestra que ha conducido a la parálisis de un Estado ineficaz para gestionar una tragedia, especialmente por incomparecencia. Ya se apreció con claridad en la desastrosa gestión de la pandemia.

La cantidad de burocracia y de laberintos competenciales conduce a parálisis administrativa y a una asignación ineficiente del gasto público. Tampoco se facilita la planificación a medio y largo plazo. No se enseña una historia común. No se forma a los ciudadanos como parte de un todo integrado por regiones, sino como individuos de una región que, casi por accidente, habitan una península donde existe una entidad fantasmal que juega mundiales de fútbol.

España es una agregación de taifas que luchan por unos presupuestos que serán cada vez más exiguos, tanto por la deuda pública, como por las exigencias separatistas. Se está diciendo que hará falta una suerte de Plan Marshall para la zona afectada. Si sale adelante el concierto separata catalán, los ingresos del Estado central se van a reducir en un 20% y, por tanto, los de la caja común. Cualquier plan de reconstrucción tendrá que esperar, como sucedió con las obras del barranco del Poyo –que según los expertos hubieran evitado muchas muertes- o la reconstrucción de la isla de La Palma. Sin embargo, el Gobierno ha de cumplir con el nacionalismo. De lo contrario, se acabó. Y justamente eso es lo que el sanchismo no se puede permitir.

Desde esta perspectiva estructural, nuestra suerte está echada. Por otra parte, los que deberían velar por nuestros intereses, ese bien común tan ignoto, son hoy individuos que, demasiado a menudo, han ascendido en sus partidos por razones muy distintas y distantes del mérito y la capacidad. “Que se queden en casa, es donde mejor están.” De esta manera, la consejera pepera, dizque de Industria, se permitió increpar a las víctimas de la incompetencia supina de su taifa autonómica. Pero no estuvo sola. Una diputada del apéndice político del sanchismo dijo que los diputados no estaban para ir a Valencia a achicar agua, demostrando, una vez más, la empatía de la clase política con la ciudadanía en periodo no electoral. Y, como no hay dos sin tres, la ministra de Igualdad escribía que era “nuestro momento”, en mitad de la desolación. Aún no se han enterrado a los muertos… y me pregunto, ¿vuestro momento, para qué? ¿Para salir corriendo, como vuestro puto amo, el number one, el amado líder? ¿Para que os aprueben los presupuestos y tirar un par de añitos más haciendo como que gobernáis? ¿Para asaltar RTVE con vuestros amigos separatas, de la mano de los de IU, que después de pasarse años denunciando, con justicia, la politización del ente público por PPPSOE ahora parecen estar de acuerdo? Sí, ya sé que para vosotros los ciudadanos no somos nadie. Ocasionales manos que estrechar cuando hay elecciones o fachas cuando os llevamos la contraria. Pero un poquito de por favor, como decía Emilio.

Si el bien común se ha transformado en la España actual en algo que está sometido al interés de una partitocracia estatal y autonómica sedienta de poder y de privilegio, poco puede extrañar. El mismo país que deja morir sus archivos, bibliotecas y sigue invirtiendo poco en investigación o en sus artistas, subvenciona embajaditas autonómicas en emplazamientos de lujo de capitales importantes del mundo con el único fin de desacreditar a España. Que las autonomías se crean Estado, estaba dentro de lo previsto. Pero que el Estado central se suicide BOE tras BOE, no era tan previsible. Y es que el Estado autonómico es uno de los mayores fracasos de nuestra historia reciente.

Pero no todo es desánimo. España sigue adelante por sus ciudadanos que, desde sus puestos en la función pública, en la empresa privada o como voluntarios, la sacan adelante. Estos últimos están dando una lección grandiosa al mundo. Entre tanto fango, emerge una ciudadanía dispuesta a luchar.

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