Manuel Bustos Rodríguez

La enseñanza de Oppenheimer

La tribuna

La enseñanza de Oppenheimer
La enseñanza de Oppenheimer / Rosell

31 de agosto 2023 - 00:15

Este verano he podido ver una magnífica película, Oppenheimer, que, a pesar de su larga duración, mediante un acertado juego de imágenes, de entremezclar presente y futuro, su director ha logrado que el espectador no pierda interés y pueda de esta forma seguir la compleja red de problemas morales, políticos, científicos y psicológicos que se plantean en torno al “padre de la bomba atómica”. Desde que asistiera ya hace años a una película de similar corte, J.F.K., no había vuelto a degustar una trama compleja donde, además de los aspectos puramente históricos, tantos elementos, eternos y actuales, se han dado cita: los límites de la ciencia, la competencia entre científicos, la amoralidad en la política, la difamación como destrucción del prójimo, el remordimiento, la incertidumbre ante una elección arriesgada, etcétera.

Como se afirma en la película, es evidente que hay un antes y un después en la historia de la Humanidad, desde que, en agosto de 1945, se lanzaran con éxito las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Al igual que en otras ocasiones he escrito, resulta evidente que hemos llegado a un punto en que la tecnología puede acabar con la capacidad del hombre para ejercer sobre ella su debido control. Hasta ahora, las magnitudes que el hombre llegaba a manejar tras un cambio fuerte (pensemos en las revoluciones neolítica e industrial) entraban dentro de las capacidades del ser humano para adaptarse y ejercer un control inteligente sobre él. Ahora ya no es tan evidente.

Y esto que es indudable desde que dichas bombas existen, no lo es menos, aunque de otra índole, con una menor aparatosidad, en el ámbito más reducido de la vida cotidiana, con la ingeniería genética o la inteligencia artificial. Suelo poner siempre el ejemplo de cómo las tabletas, los móviles y hasta cierto punto los ordenadores están cambiando nuestras formas de vida, nuestra mentalidad y condicionando nuestra libertad y nuestro futuro, a pesar de las indudables ventajas que producen en el día a día de las personas. Y como el uso de estos medios se nos ha ido ya en cierta manera de las manos.

El ser humano siempre suele reaccionar con nitidez, al menos desde el siglo XIX, con una huida hacia delante, con un ir a más, fundamentado en las ventajas instantáneas que le producen los inventos y en la seguridad de poder encontrar siempre el remedo de su control. Pero, como se apunta en la película, una vez que Prometeo ha arrebatado el fuego a los dioses y se lo ha dado a los seres humanos…

Más allá de la profundización que hacen el director y el guionista de la película acerca de las reacciones psicológicas que se le van planteando gradualmente a Oppenheimer a lo largo de su carrera: preguntas, curiosidad científica, perseverancia en las investigaciones, satisfacción, euforia, dudas, crisis moral, depresión y sublimación de la realidad para poder subsistir; alrededor de su figura se tejen los intereses políticos a gran escala, que ven en ese arma poderosa la posibilidad de concluir lo que ya era, a la altura de 1945, una guerra larga y cruel, para más tarde convertirla en un instrumento capaz de obligar al enemigo, por el miedo a ser destruido, a ceder o no atacar.

Uno de los problemas más importantes es que esa misma idea que tuvo Hitler del uso de la energía atómica como arma de destrucción, la va a tener también Truman, quien terminará por llevarse el gato al agua como quien dice, Stalin, y, después, todas las grandes, y a veces no tan grandes, potencias. En esto no hay ideologías ni colores políticos. Es lo que, generalizando el término para definir el conflicto entre los EE.UU. y la URSS que denominamos la Guerra Fría, podríamos también aplicar a la actual situación política internacional.

Ciertamente, hoy conocemos mejor los efectos catastróficos de las guerras, hemos segregado una conciencia de la paz que no teníamos; pero, con ser esto valioso, no podemos olvidar que la atenuación de las guerras se mantiene por el temor que produce la idea de un conflicto atómico, ahora que tantas potencias están armadas hasta los dientes. Su efecto disuasorio lo estamos ya viendo en el conflicto entre Rusia y Ucrania con el regreso a la guerra convencional. Lo que nunca nos da la certeza de que el control sobre el botón atómico pueda asegurarse siempre, ni que un sátrapa, descerebrado o desesperado, no pueda apretarlo en algún momento. Aunque Oppenheimer terminara creyéndose que la experiencia atómica del Japón uniría a las naciones en pro de establecer un acuerdo de no proliferación de armas nucleares, su propósito no ha dejado ni deja de ser un deseo, importante, pero insatisfactorio.

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