Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

El efecto torrija

El efecto torrija El efecto torrija

El efecto torrija

Mi hijo me dijo hace unos días que notaba la inflación, que los fantasmistas habían pasado de costar 0,40 a 0,65. Y es que cada cual percibe la inflación a su manera. Y, por desgracia, no entiende de edades, ni de productos. Fantasmitas incluidos. La inflación ha llegado a las torrijas y yo no sé si eso lo padecerá mi bolsillo o si lo agradecerá mi bascula. Entre el ayuno y el endeudamiento hay otra opción: la autoproducción.

Si somos capaces de producir nuestra propia energía, con esos panales de las instalaciones de las fotovoltaicas que cubren nuestros tejados, cómo no vamos a ser capaces de preparar nuestras propias torrijas. Desde mucho antes de esta inflación galopante, en casa solo comemos las torrijas que entre todos preparados, así en plan cooperativa semanasantera. Y aunque la excusa inicial es que no nos gustan las del miel y vino, porque preferimos las cubiertas por azúcar y canela, que son tan difíciles de encontrar, lo cierto es que hacerlas consigue que recupere momentos muy gratos, casi mágicos, de mi infancia. Cuando llegaban estas fechas, con mi madre al mando, preparábamos una cantidad ingente de dulces de la época. Pestiños, roscos fritos, torrijas y magdalenas. Para las magdalenas acudíamos a un horno de leña cercano, en la calle Jesús Nazareno, donde rellenábamos unas cuantas latas. Jamás podré olvidar el sabor de aquellas magdalenas recién sacadas del horno. Y aunque me repitieran mil veces aquello de que si me las comía calientes me iba a dolor la barriga, que nunca me dolió, por cierto, yo no podía dejar de hacerlo. Me encantaba aquel jolgorio, de sabores y olores, que se montaba en mi casa en estos días, ese escapar de la rutina rellenando los moldes o cubriendo las torrijas y roscos. En la mayoría de las ocasiones, mi madre no acertaba con la fecha y cuando llegábamos al Domingo de Ramos teníamos que preparar una nueva remesa. La verdad es que nunca hubiera acertado con la fecha.

Este año, por supuesto, seguiremos preparando nuestras propias torrijas, y tal vez nos atrevamos con los pestiños. Por revivir esos momentos y sabores, no en la medida que me gustaría, y también en esta ocasión, por qué no decirlo, por economía. Hace unos días compramos unas torrijas y me quedé impresionado, realmente asombrado, por su precio. Y no digo que no lo merezcan o que no les suponga un gran trabajo a quienes las preparan, pero están caras. Coincidió esto con la lectura de una entrevista a un presidente de una gran cadena de supermercados, en la que analizaba, bajo su prisma, claro, la subida de los alimentos. Pero lo que más me sorprendió de la entrevista es que reconociera que durante 2022 había logrado el mayor beneficio de su historia. Tal vez sea muy elemental y carezca de la menor habilidad para las finanzas, pero como que no me cuadra ese aumento cuando la mayoría estamos arrinconados y abrumados por los precios que nos encontramos en el supermercado. Como tampoco me cuadra que la bajada del IVA de ciertos alimentos no se percibiera cuando leías la etiqueta del precio. Este ganar mucho cuando la mayoría lo pasa regular como que me transmite un mal rollo y una incomprensión, que me hace dudar de muchas cosas, y creer más firmemente en otras.

Igual que acabaremos teniendo todos placas solares en nuestros tejados y fachadas, tengamos viviendas unifamiliares o no, acabaremos generando nuestros propios alimentos, en la medida de nuestras posibilidades. Esta semana hemos sabido que la inflación ha subido sobre todo por efecto de los alimentos, donde los tomates, los pimientos o los calabacines están batiendo récords que nunca hubiéramos podido imaginar. A este paso, el salmorejo será un plato para privilegiados en los restaurantes con Estrella Michelin, un lujo al alcance muy pocos. Esperemos que la normalidad regrese, y sobre todo el equilibrio: que unos pocos no ganen tanto porque muchos pagamos muchísimo. Yo, por lo pronto, volveré a hacer torrijas, con canela y azúcar, y preparé una buena bandeja, y lo mismo me gustaría hacer con las magdalenas, pero no encuentro horno de leña. Al menos, no me dolerá el estómago.

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