Salvador Gutiérrez Solís

Los días terribles

La tribuna

Los días terribles
Los días terribles

22 de octubre 2023 - 00:45

Hay días terribles, parece que todo se desmorona. Se desploma. Se convierte en polvo, en ceniza, y viene acompañado por la banda sonora del ruido. Ruido. Lo terrible siempre baila al son del ruido. Nos toca vivir días de estos, terribles, por las guerras que no podemos entender, y que nos golpean, aunque transcurran a miles de kilómetros, y por las ausencias que tanto nos duelen, aunque nunca hayamos estado cerca. Aunque puede que sí lo hayamos estado. Por afinidad, por analogía. Porque hay sentimientos que hermanan. Piensas que eso mismo te puede pasar, a uno de los tuyos, y ese dolor es corporativo y contagioso. Vivimos días terribles, que por suerte no consiguen que nuestras vidas sean terribles. Porque un abrazo a medianoche, un gesto inesperado, esas palabras improvisadas, lo impiden, Actúan como antídoto, vacuna, parapeto. Puede que el reto (el éxito, el triunfo) sea ese y no otro: tener un refugio, lo suficientemente sólido, cálido y resistente, en el que guarecerte de los días terribles.

Lo paradójico, lo retorcido sería mucho más certero, es ese empeño nuestro por amplificar, mostrar y compartir lo terrible. Por descarnado que sea, por hiriente que pueda llegar a resultar. Ya no hablo de los responsables, de quienes están detrás de todo lo terrible, de sus autores, a esos no les dedico ni una palabra; me refiero a esos que conviven con lo terrible con holgura, incluso con comodidad, y pretenden que el resto también lo hagamos. Los amantes del ruido, sus altavoces, sus esbirros, mercenarios sin tarifa, los cómplices de todo lo malo. Necesitados de que todo sea malo. Por los más diferentes motivos.

Por repetido, no deja de ser cierto. La vida puede cambiarte en un solo segundo. No requiere de más tiempo. Sin apenas estrategia. No necesitamos más para cruzar la frontera. Ni la velocidad de la luz es capaz de tener tan poderoso impacto. Y, por desgracia, cuando llega ese terrible segundo, da igual todo lo sembrado, los años, sus circunstancias, todo lo vivido. Apenas somos nada, muy poco. Por eso tal vez sea recomendable despertar cada día pensando que aún no nos ha tocado ese terrible segundo y que la vida prosigue, y hay que disfrutarla, hasta que nos llegue. Ojalá tarde ese terrible momento. Y ojalá no nos pille de improviso. Dormidos, a traición, lejos de todo. Amar, y ser amado. Tan simple, tan poético, casi tan religioso, y tan cierto. Una verdad gigantesca.

No creo que haya mejor ejercicio que tratar de hacerle más cómoda, grata, cálida si es posible, la existencia a los que nos rodean. Y meterse en la cama todas las noches sin remordimientos, sin haberle jodido la vida a nadie. Mirarnos al espejo cada mañana con los ojos bien abiertos, sin vergüenza de lo que vemos. No por un simple elogio hacia nosotros mismos, no, hacia los demás. El yo antes, no es solo una falta de educación, es una forma de vida. Los vendedores de soberbia, tan presentes hoy.

Si algo bueno tienen los días terribles, es la enseñanza que nos dejan. Primero, a diferenciarlos de los que no lo son, y motivarnos para que no ocupen mucho espacio de nuestras vidas. Ojalá ninguno, aunque siempre alguno caerá. También nos enseñan a reponernos, nos animan a esquivarlos, a buscar los días buenos, tan necesarios para que todo cobre sentido. Para que merezca la pena. Vivir no es fácil, es indiscutible, pero con demasiada frecuencia malvivimos por propia iniciativa. Instalados en el rencor, en las miserias de la envidia, el recelo o el odio. Confundiendo competitividad con batalla, renunciando a nuestros principios, a nuestros ideales, que todos tenemos, por el breve y falso brillo que creemos nos alumbra. A veces nos ciega. Demasiadas veces. Y demasiadas veces es fugaz.

Los días terribles también nos enseñan el camino que no hemos de tomar, la dirección que conduce a la nada, el viaje sin retorno. No nos confundamos de señal, no renunciemos a nuestra identidad por apenas nada. Pero, sobre todo, los días terribles deberían marcar un territorio en el que nunca nos deberíamos sentir cómodos. Porque eso no es aventura, no es ninguna expedición. Solo es un pacto con la oscuridad.

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