La tribuna

Días de calma

Días de calma

Un hombre imita a Cristiano Ronaldo antes de lanzarle un penalti a su hijo. Dos mujeres, de avanzada edad, buscan conchas, mientras hablan de sus cosas. La morena de pelo corto acaba de encontrar una concha de gran tamaño. Te vale como cenicero, le dice la otra mujer. Tres niños construyen un castillo de arena, que un cuarto parece empeñado en boicotear. Una de las almenas se derrumba con la llegada de una ola. Cuatro adolescentes ríen mientras se achicharran bajo el sol. Parecen hablar en clave, pero entre ellos se entienden. NPC, FOMO, en plan, literalmente, bro, junto a unas pocas palabras que sí podemos llegar a reconocer.

Mi hijo salta sobre la arena caliente, una vez más se la han olvidado las chanclas. Bajo la sombrilla, cuando la tarde desfallece, barnizado en protección total, me gusta contemplar a quienes me rodean en la playa. He sido todas las personas que contemplo, o casi todas, en algún momento de mi vida. Y tal vez por eso me gusta observarlas. A ratos leo, esas novelas que he ido arrinconando en la mesita de noche, más allá de las urgencias laborales. Para el verano. Ya está aquí. Si las condiciones se dan, que en mis condiciones no sucede tan frecuentemente, me doy un baño. Sigue siendo un placer que disfruto en toda su inmensidad, que es la misma a la que me enfrento cuando abro los ojos.

Todos mis agostos son tiempo de escritura, desde que me recuerdo. Y este verano volverá a ser así. Ya lo sentí el año pasado, y volverá a suceder, la escritura como terapia. Me gusta, muy temprano, cuando aún todos duermen, revisar y corregir lo que escribí el día anterior. Hay días en los que salvo muy poco. La claridad del día, que parece llegar a mi cabeza. O eso creo. Hablando de cabeza, dentro de la mía ya está la historia que quiero escribir. Veo sus caras, los escucho, quieren escapar y recorrer las páginas. Pero este agosto también tengo que dejar algún hueco para planificar el otoño más intenso que he tenido en mi vida. Y es que casi todo el 2025 se concentra en tres meses, en los que voy a participar en proyectos que me apasionan. Algunos de ellos muy diferentes a lo que he venido haciendo hasta ahora, me toca escapar de mi zona de confort, como dicen ahora. Y la verdad es que estoy deseando hacerlo, porque supone aprender. Y vivir el riesgo de lo nuevo. Entre esos proyectos, la Feria del Libro de Córdoba, que cumple cincuenta años, y debe y tiene que soplar las velas de la mejor manera.

Tal vez no debería haber titulado este artículo días de calma, y es que leo lo escrito y parece que me voy a pasar agosto currando. Y es verdad: me voy a pasar agosto currando. Martillo, pilón. Pero, como dice el refranero, sarna con gusto no pica. Desde que el veneno de la escritura se coló en mi interior, desde que la convertí en mi profesión, la palabra trabajar tiene otras connotaciones. Y con esto no quiero decir que no sea duro, que lo es, y mucho. Sobre todo porque se vive en la incertidumbre, en el alambre, y no hay red. Pero hoy tocaba escribir sobre la calma, que no es lo mismo que el karma, aunque algunos traten de equipar ambas palabras. La verdad es que mis días no suelen ser planos, requiero de la excitación, de la vibración, para sentirme cómodo. Crear es algo eléctrico, tu mente se revoluciona, funciona por libre en determinados momentos, lejos de las explicaciones. Mi calma puede que le sea extraña, y no tengo nada que alegar al respecto. Tal vez, más que nunca, necesite sentirme vivo, que los días no pasen sin más. La vida son momentos, puede que menos de los que imaginamos. Y sumarlos, saborearlos, compartirlos, es el mejor plan. Se llamen como se llamen. Días de calma, por ejemplo. Nos seguimos leyendo en septiembre.

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