La tribuna
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Desde la colina del a posteriori, ya se puede afirmar que sabíamos lo que iba a ocurrir en las elecciones y que, en realidad, no nos habíamos creído las encuestas. Los que han perdido pueden gobernar en la Cámara Baja y los que han ganado –por mucho menos de lo que todo el mundo esperaba, incluido ellos mismos–, con una pataleta del quince, hacerlo con mayoría absoluta en la Cámara Alta. Poner en manos de Junts, PNV o ERC la investidura, con la mayoría absoluta del PP en el Senado, da escalofríos solo de pensarlo. Pero a ver quién le pone el cascabel al gato y repite elecciones. El último, que cierre la puerta.
De lo que nadie podrá hablar con la verdad absoluta es, otra vez, de cuánto hemos influido los jóvenes en este resultado. No se puede saber. El CIS, que no tenía unos números tan disparatados, dijo en su última encuesta que votaríamos por este orden: al PSOE, PP, Sumar y Vox, los de 18 a 24 años; y al PSOE, Sumar, PP y Vox los de 25 a 34. Ninguno conseguía más del 25% de los votos de cada franja, ni menos del 10%. Es decir, había partido. También se dice que somos los que menos votamos y los que sentimos mayor desafección por la política nacional. Como para no hacerlo. En campaña, los jóvenes podemos recibir tres cosas: regalos, un trato paternalista bastante ridículo o el más sobrio de los olvidos por parte de los partidos.
Antes de nada, hablaré de los pecados de mi quinta. Una vez más, he podido observar que pocos o ningún compañero de generación ha basado el voto conforme a lo que el partido dice que va a hacer por él como persona joven. Saben perfectamente lo que tienen para derogar el sanchismo, la soberanía de nuestras fronteras, no retroceder cuarenta años en conquistas sociales o por defender a los colectivos. De eso nos hemos enterado bien, pero de qué decían por intentar evitar que no seamos becarios o curritos mal pagados hasta los treinta no sabíamos nada. Los partidos se dan cuenta de esto y, claro, nos hacen la trampa. Les importamos hasta cierto punto.
Hace cuatro años me hubiera frotado las manos con esto del tren a precio de chiste, pero, con veinticinco, prefiero tener un trabajo digno para poder pagarme las vacaciones sin dádivas del Gobierno. O de mi madre. De momento, ha sido imposible. Vacaciones de sándwich y cerveza peleona. Habrá que esperar unas nuevas elecciones para esperar regalos que, por cierto, engrosan la deuda que, ¡sorpresa!, pagaremos nosotros mismos. Si Sánchez y Feijóo no consiguen sacar un Gobierno, se habla que la repetición electoral cae en navidades. Lo mismo el regalo es doble y a algún partido se le ocurre decir cómo bajar el 30% de paro juvenil, acabar con la precariedad laboral o el retraso de emancipación. Por esas fechas es el día del Gordo y ya sabe uno que si sueñas, Loterías.
En una hipotética nueva campaña podría ver de nuevo cómo algunos partidos prometen a mis contemporáneos locuras de asombroso alcance. Aunque si Sumar logra entrar ahora en el Gobierno, ¿qué dicen las casas de apuestas sobre la promesa de los 20.000 euros a los jóvenes? El que puje por que se hará realidad va a perder una fortuna. Mi hermana –20 años– no la coge. Y si llega, ¡más deuda! Quién la paga ya se sabe.
Sin quedar en absoluto convencido por lo que quieren y hacen los cuatro grandes partidos por los jóvenes, lo cierto es que dos de ellos tenían las palabras jóvenes y juventud de manera casi testimonial en sus programas. Ya sé que estos montones de folios son inservibles, pero por tener una guía: el PP tenía ambas palabras un total de 23 veces; PSOE, 170; Sumar, 73; y Vox, 16.
El PP y Vox podían aprovechar y enganchar a los jóvenes. El Gobierno de coalición no ha conseguido frenar la precariedad con su reforma laboral ni reducir drásticamente el desempleo juvenil. Sin embargo, la mención de la derecha a los problemas de mi generación ha sido testimonial o nulo.
En plena resaca electoral, he visto una noticia que decía que, para comprar la misma casa, los jóvenes necesitaremos el doble de años de ahorro que nuestros padres. Qué oportuna. Ya he dicho en esta tribuna que de nada sirven los regalos y medidas exprés que nos prometen en campaña. Sobre todo, si después vamos a tener que pagarlas. Aunque, si los partidos no van a estudiar qué necesitamos y cómo podemos conseguirlo a medio o largo plazo, casi que mejor que haya elecciones en invierno y esperar nuevos aguinaldos. Convienen nuevas elecciones. Cuando venga Europa a cortar el grifo, diremos que ellos son los malos.
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