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El problema es la plurinacionalidad
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El comercio es el primer sector que se ve afectado por las crisis y el último que se recupera. En esas estábamos, saliendo de la crisis financiera, cuando se nos vino encima la pandemia.
Esta crisis aún no ha terminado de dar la cara. Ya veremos cómo se manifiesta si el escenario de inflación y subida de tipos se consolida y de qué manera evoluciona la economía con la retirada de las ayudas de Europa como consecuencia del coronavirus.
En este panorama, hay un dato cierto. Muchos sectores comerciales experimentaron el último año pérdidas de más de un 30% en volumen y del 40% en valor. Ello sin que la clase dirigente haya sido sensible a un sector, como es el comercio de cercanía, vital para el empleo y la economía, y para la vida de nuestras ciudades y pueblos como articulador de convivencia y relaciones personales.
Se nos presenta un panorama que no es halagüeño, porque de un fortalecimiento del comercio de cercanía, que antes que nada pasa por su supervivencia, dependen decenas de miles de puestos de trabajo y micropymes, al que están supeditados el sustento de las correspondientes familias y, en consecuencia -no lo dejemos pasar por alto-, el flujo circular de la renta que generan las mismas en la economía.
La situación precaria del comercio de cercanía, ese que da calidad de vida a nuestras ciudades y pueblos, no se paliará con medidas meramente estéticas. La salida de su particular crisis pasa por la recuperación de la confianza del consumidor y por la apuesta política por el equilibrio comercial perdido entre los diferentes formatos.
Porque la situación actual no es sólo resultado de dos crisis económicas, sino de la acción y la omisión de políticas públicas nada acertadas.
La desregulación por el Gobierno de España de las rebajas en 2012, un modelo consensuado y que funcionaba y beneficiaba a todos, ha aupado a las grandes corporaciones internacionales, que enmarañan con descuentos de dudosa fiabilidad y torpedea la línea de flotación del comercio de cercanía.
Después llegó el mantra de que el comercio electrónico iba a hacer desaparecer la tienda física, lo que se conoció como apocalipsis retail, que se agudizó con la pandemia y el confinamiento, cuya respuesta política fue la inacción con argumentos tan peregrinos como la localización en países terceros de los domicilios fiscales de algunos de sus principales actores.
Y con la pandemia alcanzamos el colmo. En un Decreto-Ley, el 2/2020, sin haber dado opción aún al primer estado de alarma, la Junta de Andalucía, ante la previsión de que íbamos "hacia un claro deterioro de los indicadores tanto macroeconómicos como sectoriales y de empleo", desregula aún más las aperturas de establecimientos comerciales "en función del creciente número de visitantes". ¡Vaya incongruencia!
Cierto es, que la exposición de motivos no esconde sus intenciones: "Esta modificación normativa, al poner en valor los comercios con establecimientos físicos, permitirá igualmente incentivar la inversión por parte de grandes empresas promotoras, nacionales o internacionales, en la construcción y puesta en marcha de grandes centros y parques comerciales en nuestra Comunidad".
Esta incoherencia en la protección del comercio más cercano, en el que vuelca su rentabilidad en el territorio que la genera y no la traspasa a otros lugares, el que afianza autoempleo y empleo de calidad, el que supone crecimiento sostenido y el que promueve un ámbito de convivencia, no lo olvidemos, que va más allá de la actividad económica, ya de por sí trascendente, no sólo se proyecta en la normativa. Los programas y recursos destinados a afianzar el comercio de cercanía andaluz han sido escasos, han estado desenfocados y su nivel de ejecución, en consecuencia, está en torno al 14% de lo presupuestado en algunas líneas de promoción en 2021.
Estamos ante una clara incapacidad de ver la dimensión y el papel que juega el comercio de cercanía en nuestra tierra y enfrentándonos a una política que apuesta por otros formatos que, con toda seguridad, dará más fotos a algunos, pero que externaliza la riqueza y acaba con el empleo de calidad, que concentra en pocos núcleos, en contra de las tan cacareadas políticas contra la despoblación, entre otras muchas cosas.
Hemos de levantar la mirada y consensuar políticas de promoción de formas modernas de comercio que primen la proximidad y el producto especializado para que los establecimientos de nuestros pueblos y ciudades pervivan como un pilar esencial de riqueza y empleo para los andaluces.
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