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El Gran Diluvio y nosotros
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Tras reunirse con Putin en la exquisita villa ginebrina de La Grange, el presidente Biden ha explicado cómo podría ser nuestro futuro: una renovada Guerra Fría con rusos y chinos. Es la paradójica nostalgia de un terror elemental y práctico. Sin embargo, hoy resulta imposible volver al mundo maniqueo de los Ford y los rústicos Trabant, coches soviéticos que, en nuestros días, han devenido en rentables productos pop: así de temible es la nostalgia. ¿Dónde colocar los chascarrillos que Ronald Reagan utilizaba para mofarse de Moscú? Como aquel que el presidente republicano contaba de tres perros-ya saben, uno estadounidense, uno polaco y uno ruso- que conversan entre sí: ¿Qué tal se vive en vuestros países?, preguntaba el norteamericano. Y se contestaba a si mismo, "Aquí a mí no me va mal. Ladro y me traen un trozo de carne". Entonces, el polaco preguntaba: "¿Qué es carne?". Y el ruso remachaba: "¿Qué es ladrar?".
El poder de hoy es mucho más sofisticado y ubicuo que aquellos lejanos años; la Stasi hizo minería represiva de una intimidad que ahora regalamos a las tecnológicas. Pero Biden ha querido recorrer el continente recordando que fumamos un puro en un barril de pólvora. ¿Y cuándo no? Bajo la presidencia de Trump no se renovó el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, vigente desde 1987. Un riesgo añadido, claro, pero hay tal almacén de cabezas atómicas que la amenaza de devastación nunca ha dejado de estar presente. Siempre hay mechas cortas encendidas en el mapamundi pero, si interesa, se pueden acortar más: Siria, Ucrania, ciberataques electorales, Crimea, envenenamiento de opositores...
Ante las críticas levantadas por presentarse ante Putin sin estrategia, Biden nos explicó que lo había convocado para advertirle personalmente y evitar malos entendidos. El ruso le ha dado ya la mano a cinco presidentes norteamericanos (Clinton, Bush jr, Obama, Trump y el actual) y practica, desde 1999 y con desahogo, la táctica del whataboutism. Es decir, "¿Qué hay de esto otro?". En Villa La Grange, si Biden le hablaba de cibertaques e interferencias en las elecciones USA, Vladimir respondía que Estados Unidos es el país que más organizaciones internacionales de ransomware -cibersecuestro de datos- ampara; si le atacaba por Navalny, Putin esgrimía los sucesos del Capitolio, donde una manifestante desarmada murió a manos de la Policía y así...
La pregunta es: ¿por qué ahora, Joe? Estados Unidos encara el declive -quizá no definitivo, el futuro está por escribirse- y ha señalado a China como su principal enemigo. Los chinos tienen la maquinaria en marcha para dulcificar su imagen de dictadura de facto y mejorar la recepción de sus mensajes. Los peligros de China y Rusia son complementarios en el diseño internacional de la nueva administración demócrata. Y Biden ha encontrado en el motto "una nueva Guerra Fría", enfermedad del siglo XX, el aglutinante para sus aliados.
Estados Unidos ha sido, nuevamente, capaz de imponer su agenda sobre Europa. Escribimos así porque la propaganda de la nueva-vieja Guerra Fría venía facturada como el principal equipaje ideológico con el que Biden se montó en el Air Force One para reencontrarse consigo mismo y exigirle a la Unión, a la OTAN y a los países integrados. Desde que llegó a la reunión del G-7 en Cornualles, entre palmaditas en la espalda de Macron y luciendo sonrisa bideniana, dijo Rusia y dijo China; el pasado lunes, en las instalaciones militares Reina Isabel de Bélgica, a las fueras de Bruselas, durante la cumbre de la OTAN, Jens Stoltenberg, el secretario general de la Alianza, dijo Rusia y dijo China y luego dio los buenos días a los fotógrafos mientras esperaba a treinta líderes de Occidente.
Durante dos jornadas (las del lunes y el martes de la pasada semana) zumbaron los helicópteros y alrededor del edificio Justus Lipsius del Consejo -donde se celebró la cumbre UE/USA- se ubicaron francotiradores en los inmuebles colidantes. Cientos de soldados patrullaron a pie o conduciendo vehículos militares. Incluso los aparcamientos de bicicletas estuvieron prohibidos.
Hoy todavía permanecen en las calles de la capital europea los amables mupis con los que la OTAN presentó su nueva faz. En una bucólica fotografía se puede ver a una pareja en un frondoso bosque y el anagrama de la Alianza Atlántica sobreimpreso, lucha contra el cambio climático y seguridad garantizada.
Ahora, al menos, intuimos los planes que realmente nos tienen preparados.
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