La tribuna

Demetrio Fernández

Ofrenda de amor al padre y al mundo

Ofrenda de amor al padre y al mundo
Ofrenda de amor al padre y al mundo / Rosell

07 de abril 2023 - 01:46

Estamos inmersos en la celebración del triduo pascual, el misterio central de la fe cristiana. El Hijo Dios eterno, Jesús, se ha hecho hombre en María virgen, por la acción del Espíritu Santo. Es en todo semejante a nosotros, salvo en el pecado. Con su muerte en la cruz realiza, entregándose, la misión encomendada por su Padre para rescatar a los hombres, para hacerlos hijos de Dios. Él ha dado su vida por nosotros como precio de nuestra redención, contando con nuestro pecado. Si contemplamos la pasión y la muerte de Jesús es para dejarnos amar y empaparnos de ese amor hasta el extremo. Y viéndonos amados de esta manera, aprender nosotros a amar de la misma manera. Esta es la vida cristiana. Vivimos hoy la experiencia renovada del misterio de un amor desbordado hacia el hombre.

La celebración litúrgica de este misterio incluye la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, a lomos de una borriquita, aclamado por los niños hebreos como el Rey de Israel, el Hijo de David que viene a salvarnos. Qué contraste, porque él va a Jerusalén para consumar su entrega en la muerte de Cruz y ser glorificado en la resurrección. Eran los días de la Pascua judía y Jesús preparó con sus discípulos la cena pascual. En ese contexto, instituyó la Eucaristía, sacramento que actualiza su sacrificio pascual a lo largo de los siglos, memorial del mandato de amarnos unos a otros como él nos ha amado, hasta el extremo, haciéndolo sensible en el lavatorio de los pies. Haced esto en memoria mía, instituyendo así el sacerdocio ministerial. Y en la Eucaristía se concentra todo este misterio de amor, de entrega, de cercanía, de actualización de su ofrenda sacrificial iniciada en el Gólgota.

Su sacrificio tiene el inicio en una noche de pasión tremenda: angustia, sudor de sangre, soledad, abandono, traición, en la cárcel, llevado de un lugar a otro, condenado injustamente a la pena capital. Ante el Sanedrín, ante Pilato, con la muchedumbre en contra, condenado a muerte de cruz. Qué gran viacrucis aquel primer viacrucis de la historia, desde la Flagelación al Calvario, cargando con las fechorías de todos los hombres. "Lleva la Cruz abrazada y apenas la sentirás; porque la Cruz arrastrada es la Cruz que pesa más", canta una saeta carmelita. Él nos enseña a llevar nuestras cruces y nos asegura su amor en los momentos de cruz. Él no enseña a compartir las cruces de los demás, para hacerla llevadera. Él no nos deja nunca.

Judas el traidor lo entregó por 30 monedas, fueron a buscarlo de noche y lo llevaron ante las autoridades religiosas y las autoridades políticas. Lo condenaron a muerte porque siendo hombre se hacía Dios, era un blasfemo. El gobernador Pilato tuvo miedo y se lavó las manos, ratificando la condena a muerte. Fue crucificado después de la tortura de los azotes y la corona de espinas para reírse de él como "rey de los judíos". Fue terrible, una muerte de crucificado como un malhechor, una muerte injusta. Y al atardecer de aquel primer viernes santo, fue sepultado.

Y llegados al Calvario, desnudez y clavado a la Cruz. Retumbaron aquellos martillazos al mediodía del viernes. Allí estaba su Madre, que lo sostuvo con su mirada y su presencia, qué gran consuelo tener madre y una madre así. Murió como un bandido, rechazado por todos, Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado. Bien sabía Jesús que su Padre no lo abandonaba y por eso gritó con voz potente: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Y como estaba muerto, el soldado no quebró sus piernas para desangrarlo, sino que le traspasó el costado con una lanza, y de ese costado, de ese Corazón que tanto ha amado al Padre y a los hombres, salió sangre y agua. Un Corazón abierto para perdonar, para sanar, para acoger a todo el que se acerca arrepentido; un Corazón manantial del Espíritu Santo para todo el que se acerque a beber con sed.

Allí estaba su Madre, y nos la dio como madre nuestra. Depusieron su cadáver en el regazo de María y ella lo ofreció como aquel día en que lo llevó niño al Templo. Ofrenda de amor en los brazos de una madre. Lo colocaron en el sepulcro y sellaron la piedra. La cosa no acabó ahí.

Al tercer día resucitó, es decir, inauguró una nueva vida para él y para nosotros, saliendo resucitado del sepulcro. Ningún humano ha regresado del reino de la muerte. Sólo Cristo ha vencido la muerte y se ha aparecido a los suyos, certificándoles su nueva situación. La muerte ha sido vencida. Con él se han encontrado muchas personas a lo largo de los siglos y han experimentado una vitalidad que no proviene de las fuerzas humanas, sino de un amor superior, más grande. El amor del Resucitado, que vive en los sacramentos de su Iglesia y quiere revitalizarnos con su Espíritu Santo. Esa victoria de Cristo es lo que celebramos en la semana santa.

Cristo resucitado es Cristo victorioso de una lucha en la que ha habido sangre y muerte. Cristo resucitado ha vencido la muerte y el pecado, y ha derrotado al demonio. Su victoria es transmitida a la comunidad de los cristianos y a cada uno de nosotros en el seno de esta comunidad. Su vida ha sido una ofrenda de amor al Padre y a los hombres. La resurrección de Jesús es un hecho histórico, del que la Iglesia es pregonera con su vida, su testimonio y con su palabra.

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