Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Modelo Georgina

Modelo Georgina Modelo Georgina

Modelo Georgina

Todavía no tengo claro qué me empujó el otro día a ver un episodio de Georgina, que es el reality, o como se quiera llamar, de la esposa o madre de algunos de sus hijos o compañera o lo que sea de Cristiano Ronaldo. Somos dados a arrancarnos uñas, padrastros, las costras de las rodillas, y aunque nos duele hacerlo, a veces mucho, no podemos evitarlo. ¿La explicación? Tal vez la mayoría de nosotros tengamos dentro un pequeño masoquista que de vez en cuando nos anula y nos organiza la vida, aunque solo sea un momentito. A veces me sucede eso con algunas cosas, y tal vez fuera lo que me pasara para quedarme un rato frente a la pantalla, viendo Georgina.

Si dijera que me divirtió, exagero, no creo que llegara a tanto la experiencia. Hablamos de otra cosa, de otros ámbitos, inclasificable si no queremos optar por el insulto. En cualquier caso, sí hubo un poco de hipnosis, lo reconozco, ese que te provoca contemplar lo inaudito, lo que jamás habrías podido imaginar, lo que creías que nunca, nunca, podría existir. Pero existe. Siempre existe ese más allá al otro extremo del más allá más inimaginable. Si uno contempla Georgina con un miligramo de rigor, de raciocinio, con algo de mirada crítica, como poco acaba indignado, cuando no asqueado. Por eso si se hace, dedicarle unos minutos, que ya le digo que no es la mejor opción, es preferible hacerlo desde la hipnosis, como el que contempla un platillo volante desde la azotea. Y es que los X-Men, Avatar y Mandalorian, juntos, son mucho más reales que Georgina, infinitamente más, dónde va a parar. Pero en todos los aspectos y en todas las dimensiones, y eso que tienen, como se suele decir, para parar siete trenes. Viendo el artefacto televisivo me sentí fuera de un mundo del que no entendía absolutamente nada, en una galaxia muy lejana a la que yo habito. Y puede que sean muchos los que compartan este sentimiento, pero también puede que haya otra legión que no.

Porque Georgina, el personaje y el programa televisivo, existe porque hay un público, hay un sector de la población, que demanda que así sea. Y puede que solo sea una cuestión de mera diversión, el entretenimiento más esencial y básico. Por alucinación, por aburrimiento, por hipnosis, como antes comentaba. Pero también puede que haya quien lo contemple por sentida y sencilla admiración. Como dijo aquel torero de cuyo nombre nunca me acuerdo, tiene que haber gente para todo. Y claro que la hay, afortunadamente. Aunque no nos gusten, y aunque no las comprendamos. Pero las hay. Georgina, salvo en unos pequeños matices, no es muy diferente a otras estrellas instagrameras o tiktokeras que hoy en día cuentan con un especial predicamento, gracias a convertir su vida, del desayuno a sus relaciones, en un escaparate rodeado por poderosas luces de neón, y ante el que nos gusta pararnos un rato a mirar, admirar, cotillear o lo que sea. Pero lo hacemos. Y por eso la Georgina de turno será durante un tiempo, hasta que el cuerpo o la audiencia aguanten, la estrella de tal red social y protagonista de un reality, culebrón o lo que se ponga por medio, que algo se le pondrá.

Este tipo de programa y personajes son inofensivos si se contemplan desde la incredulidad y la distancia, pero pueden transformarse en contaminación si se entienden como un objetivo. Si uno se asoma a las redes que manejan nuestros hijos, reconozco que lo que hago de vez en cuando, tardamos muy poco en encontrarnos con las decenas de proyectos de Georginas que por allí pululan. Todavía les faltan los bolsos de miles de euros colgados de la mano y un Cristiano Ronaldo al lado, pero todo se andará. Sin la distancia necesaria, existe el peligro de entender a la Georgina de turno como un modelo de vida, y en cierto modo es lógico que suceda. Lujo, dinero, viajes y demás placeres sin aparentemente trabajar demasiado, muy goloso el caramelo como para no querer también comerlo. Cuando lo real, lo común, es que todo cueste y mucho, sobre todo si merece la pena. Cuesta, lo mismo que cuesta ofrecer un producto audiovisual de calidad, aunque imagino que debemos contentar a todos. Aunque ese contentar, a veces, no contenga nada que merezca la pena.

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