Tribuna

Javier González-Cotta

Editor de Revista Mercurio

Martínez estuvo en Kiev

Tras pasar por Moscú y Minsk, la artística pareja vuelve a recalar en Kiev. La capital, miserable y manirrota a la vez, parecía vivir como ajena al bolchevismo

Martínez estuvo en Kiev Martínez estuvo en Kiev

Martínez estuvo en Kiev / rosell

El mazo de la historia suele golpear a sus enclaves favoritos. La híbrida Ucrania, cuyo nombre remite precisamente a su ser fronterizo, ha sido siempre un corredor de infortunios, guerras y oprobios. En nuestras mentes digitales, jamás pudimos imaginar que una guerra con espeso aroma a Segunda Guerra Mundial iba a abatirse de este modo sobre Kiev, a orillas del contaminado Dniéper.

En lo que respecta a aquellos pagos, muchos nos habíamos quedado varados hace tiempo en los avatares de la guerra civil rusa, que tuvo en Kiev uno de sus más enloquecidos episodios. En La Guardia Blanca, Mijaíl Bulgákov relata el pormenor del invierno de 1918-1919 en Kiev, ciudad natal del escritor, a través de los hermanos Turbín (el atamán Skoropadksi, aristócrata pro-ucraniano pero curtido en los ejércitos del zar, ha de vérselas con bolcheviques y nacionalistas del caudillo Pletiura).

El fresco que ofrece Bulgákov es compatible con el otro vívido cuadro que, entre el humor y la piedad, ofrece Manuel Chaves Nogales en El maestro Juan Martínez que estaba allí. El repórter sevillano dio forma narrativa a las peripecias vividas por un peculiar maestro de flamenco de Burgos, el tal Juan Martínez, y por su esposa Sole.

Chaves Nogales conoció a Martínez en París. De su relato fue ahormando las piezas que dieron lugar a esta especie de reportaje novelado, en el que el artista de varietés le va explicando cómo sobrevivió, primero, al inicio de la Gran Guerra (su estallido le pilló en el Cuerno de Oro en Constantinopla) y cómo, después, escapó de chiripa de la guerra civil que libraron bolcheviques, rusos blancos y las hordas de Pletiura.

Martínez evoca muchas de las ciudades que ahora están siendo sitiadas y bombardeadas en plena invasión de Ucrania. El teatro Alexandrovski de Odesa vio el éxito de Martínez con sus castañuelas, las mismas que le hacían sangrar en el escenario por culpa de una herida. De entre la selecta clientela (aparte del cónsul español, un gaditano conde multimillonario), destacaba un rumano experto en desvalijar objetos a los soldados rusos muertos en el frente.

Era todavía 1916. En Kiev asistió Martínez a una gran recepción al zar Nicolás II, ignorante de su funesto nadir. El maestro trabajó en el lujoso Villa Rodé, en cuyos camerinos solía hacer su ronda el inefable Rasputín y su reputado pene. Cuando estalla la Revolución Rusa, tras idas y venidas entre Moscú y San Petersburgo, Martínez halla algo de sosiego en Kiev, donde es patente el señorío de la Rusia blanca. Junto a Sole iniciará una tourné por Ucrania y la hoy Bielorrusia. En Gómel (lugar donde ucranianos y rusos entablaron sus primeras y fallidas conversaciones para un alto el fuego), Martínez logra trabajo en el cabaret Splendide. Conoce aquí a un payaso madrileño llamado Pérez. Pero los bolcheviques entran en Gómel y pillan a Martínez con traje de crupier. El hambre le había obligado a cambiar de registro.

Tras pasar por Moscú y Minsk, la artística pareja vuelve a recalar en Kiev. La capital, miserable y manirrota a la vez, parecía vivir como ajena al bolchevismo. Dice Martínez que los ucranianos creían que la Revolución Roja era cosa de obreros y menestrales y que su onda nunca iba a llegar al Dniéper. El maestro encontró trabajo en el cabaret Apolo. Después, la pareja volverá a hacer otra gira artística por Ucrania, que les llevará a Járkov, la citada Gómel, Rostov y Kremenchuk. Pero Kiev, finalmente, es tomada por los rojos.

Durante meses bolcheviques, rusos blancos de Denikin y las milicias de Pletiura convierten Kiev en un bélico carajal de victorias y fracasos. La plaza pasa a manos de unos y de otros. La tristura bolchevique cede al clamor y la bienvenida a nacionalistas y rusos blancos. Pero para Martínez, que estuvo allí, todos son unos criminales (cosacos de Denikin y pletiuras se ensañan especialmente con los judíos, a quienes acusan de connivencia con el bolchevismo).

En la Kiev roja Martínez y Sole son obligados a afiliarse al Sindicato del Circo y a empuñar las armas. Bajo el terror blanco, Sole es confundida con una judía hasta que una estampita del Cristo del Cachorro la libra de ser llevada a las tapias. Martínez vuelve a trabajar como croupier de casino. El carajal no cesará hasta que los bolcheviques ocupan Kiev de nuevo. La ciudad vuelve a disfrazarse de menesterosa para recibir a la comitiva de los tristes y apagados. Martínez y Sole inician una nueva gira, ya la última, por el frente de guerra, actuando en pantomimas y haciendo teatro de títeres.

Martínez estuvo allí. Su tragicómico recuerdo pervive bajo los bombardeos de hoy.

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