Manuel Bustos Rodríguez

Guía de lo políticamente correcto

La tribuna

Guía de lo políticamente correcto
Guía de lo políticamente correcto

30 de julio 2019 - 02:33

Todavía muchos ciudadanos poco leídos o desorientados sobre lo que se cuece en el mundo de la cultura y la política, apenas saben qué es lo que, a día de hoy, se puede decir o no decir públicamente, para así evitar represalias, como no contar para ciertos puestos y subvenciones, sufrir escraches o, el peor de los casos, no ser considerado alguien con quien convenga amistad o vinculación.

El repertorio de líneas rojas es amplísimo. Lo primero que debe saber en estas lides el neófito, o quien desee ascender, es que nos movemos en un terreno ya conquistado por, llamémosla así, la izquierda ideológica desde hace tiempo. Y, por lo tanto, es ella quien decide sobre lo correcto e incorrecto.

Mantiene su fama de luchadora por la igualdad, la defensa de los trabajadores y el progreso. Y si bien es verdad que hubo un tiempo en que lo fue, hoy son cada vez más quienes consideran el altísimo coste pagado por este servicio, en forma de purgas, matanzas, represión y, en definitiva, totalitarismo, sin que los logros hayan sido tan evidentes.

A pesar de las críticas a estos excesos, su criatura progre posee todavía un sentimiento muy arraigado, a veces inconsciente, de su supremacía moral y de su legitimidad frente a sus críticos, a quienes se permite despreciar tildándoles de fascistas, nazis o, siendo más benévolos, ultraderecha. Y lo asombroso es que les continúa funcionando. Véase si no cómo, no obstante sus graves errores, han logrado maquillar los términos de comunista o socialista.

Establecido el marco, es preciso aprender un uso adecuado de los significados: la izquierda siempre es buena y progresista, mientras los conservadores y la derecha son reaccionarios, machistas, corruptos y favorecedores de la desigualdad social. Ignorar esta frontera puede acarrear el paso a las filas filofascistas y sus consecuencias.

Todo ello conduce a una reinterpretación de nuestro ser colectivo. Conviene familiarizarse para no incurrir en riesgos. Pongamos por caso, España. Este concepto es, como se sabe, discutido y discutible. En realidad lo de la patria es un invento facha, que no se debe invocar. La verdadera patria es el pueblo. Lo importante es la igualdad, el feminismo y la multiculturalidad. El resto son fanfarrias. Y mientras salga agua del grifo... Nada grave ocurrirá si este país se rompiera, siempre que se siga ejerciendo, en cada fragmento, cierto control del poder y la cultura.

Para evitar ser denunciado y quedar bien, no se deben olvidar el nuevo cambio antropológico introducido, que la izquierda y casi toda la derecha apoya, aunque en él se esté decidiendo la salud de una sociedad y su futuro. Se recomienda comenzar por el lenguaje. Cualquiera que no desee problemas debe ensayar el llamado método inclusivo en todo momento. Así, por ejemplo, decir muchos y muchas, ciudadanos y ciudadanas, niños y niñas, y quedar abierto a posibles incorporaciones de nuevos géneros (niños, niñas y niñes, por ejemplo).

Cuide el ciudadano de no abordar las diferencias entre el hombre y la mujer, porque puede derrapar. Las cosas están que arden. Colóquese siempre a favor de la segunda en todo y defienda sin rubor sus superiores cualidades con respecto al varón. Por supuesto, erradique toda suerte de piropos, cesión del paso o asiento y de chistes considerados machistas (el término recoge numerosísimas tipologías). Debe olvidar, de una vez por todas, los cuentos de su infancia sobre princesas, cenicientas y, en general, aquellos que vinculen la mujer a las tareas domésticas. El objetivo para los próximos años es revisar toda la Literatura, por contener elementos contrarios a la igualdad y vejatorios para la mujer; así como películas antiguas del mismo tenor. No diga luego que no sabe de qué va.

La igualdad y la inclusión exigen asimismo cambios en las conductas. No basta con el respeto debido al homosexual, ya prácticamente asumido; sino aceptar sin queja la promoción, por tierra, mar y aire, de dicha tendencia, sobre todo entre los niños. La izquierda, que perdió la batalla económica, ha hecho de ello su bandera y vigila con atención. Estén atentos a corregirse y no verse irremediablemente condenados.

Revelemos el dogma que subyace: el sexo no nos es dado, lo elegimos voluntariamente, aunque la naturaleza parezca decir lo contrario. El heterosexual, como el varón, el padre o la madre de familia tradicional están bajo sospecha. Defiendan, pues, al gay y no hagan elogios de aquellos. Todos somos arco iris.

Recuerde también la consigna: todo es lícito con tal que a mí me dé placer, aunque unos placeres, los de bragueta, se vean más protegidos que otros. Habrá un tiempo, vivir para ver, en que la demanda social obligue a incorporar la poligamia, el incesto, el animalismo o la pederastia. El dios progreso, implemento de libertades, así lo exige.

Un último consejo: de Franco, aunque haya sido Vd. flecha, beneficiario de su régimen o admirador, ni una palabra a favor: es un terrible dictador y su gobierno un paréntesis trágico, que la III República, sin duda, resarcirá.

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