La tribuna
Cincuenta años después
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Si no geográfica, sí "documediáticamente"-según terminología acuñada por Maurizio Ferraris para los tiempos modernos- España se divide en dos unidades anímico-territoriales: Madrid… y un resto, que es como ese difuso mare tenebrarum con que los cartógrafos medievales despachaban el mundo al oeste de Finisterre. Una es "la Capital", y el resto se llama "Provincia", mal que les pese a esos tipos tercos que quieren ser otra cosa. De vez en cuando a alguna Gente Importante de la Capital (GIC), que es donde la importancia está empadronada, le invitan a una Provincia para interpretarnos lo que pasa en el mundo, por más que la red ya lo haya puesto al alcance de todos los españoles, como el NO-DO de Franco. Supongo que se trata del hechizo del viajero y sus relatos en torno al hogar, pues en la inmensidad de la web subsiste aún algo de tribu. Al que esto escribe le ha tocado muchas veces presentar la conferencia de un GIC, labor ésta que se ciñe rigurosamente a un mismo ritual que paso a contarles.
Lo primero que hace un GIC es escrutar lo que ve desde el coche en el trayecto hasta el hotel donde se aloja. No sabe bien dónde está, pero le basta el tráiler de la película que ha pasado por su ventanilla para emitir un dictamen de experto, que es por lo que se le ha convocado. Experto es siempre todo aquel que viene de fuera, según uno de los aforismos derivados de los pensamientos de Northcote Parkinson; así pues, para dar doctrina no necesita más que verificar la relación que existe entre lo que ha atisbado y lo que sabe de la Capital, de la cual la Provincia es solo un telefim. Pero lo que diga el GIC en su conferencia no es lo importante, sino la fascinación que a priori ha de ejercer sobre las autoridades y los medios. De ahí que para tí lo que cuenta no es el GIC, sino TU relación con el GIC a la vista de tus paisanos. Tú podrás pensar que el GIC ha venido de gañote y a hacer malabarismos discursivos sin que ni un solo bolo de la corrección política se le caiga al suelo. Pero no, el GIC ha venido a refrendarte a TI, ¡sí a tí! ante tus vecinos, concediéndote el honor de ser por unas horas su escudero, con ese halo de prestigio que la confianza vicaria otorga a un mozo de espadas.
Mientras el GIC duerme la siesta tú repasas las notas de presentación que llevas redactando semanas, disfrazando de retórica personal los saqueos a Wikipedia. Lees y relees lo escrito, lo grabas en el móvil para probar la entonación y el tiempo. Maldición, sale largo. Recortas, recurres al asíndeton, quitas conjunciones y prescindes con desgarro de algunos elaborados tropos …pero ¡qué demonios! esta es la única ocasión de que tus paisanos sepan qué gran valor ignorado tenían entre los suyos. Hay que aprovecharla.
Llega la hora. El GIC se demora concediendo entrevistas a todo el dial de las TDT locales. El público atiborra la sala; en primera fila, autoridades, y en segunda, un pequeño grupo de jubilados que acuden a todo por si hay canapés. Comienzas tu presentación y, alguien del público agita el reloj como si fuera un termómetro. Imbécil. El GIC toma la palabra y agradece los inmerecidos elogios al "presentador": ni siquiera se ha acordado de tu nombre. La mirífica presencia en carne y hueso de ese icono es razón suficiente para excusar que haya confundido tu ciudad con la de al lado. Qué más da. Acaba entre vítores. Le pides su dirección y te dice que le llames cuando pases por Madrid. Notas que se ha dejado en la mesa tu discurso de presentación, así que se lo mandas por e-mail. No te responde y le llamas. No contesta. Empiezas a pensar que tanto esfuerzo, tanta apuesta no ha tenido el rédito local que esperabas y, al final, la vida vuelve a su implacable normalidad sociodemográfica: él a la Capital y tú a Provincias.
Han pasado meses y estás tumbado en la cama viendo en la tele un wrestling de tertulianos. De repente ves en el fragor del amaño… ¡al GIC! Te habías olvidado del tipo pero su presencia en la pantalla te devuelve la profunda amargura de su desconsideración. Es en ese momento cuanto tu heteromatriarcal esposa, sin apartar la vista del libro que está leyendo, le asesta un displicente mazazo a su pedestal: "Me parece que ese amigo tuyo al que presentaste hace unos meses es un poco gilipollas".
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