Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Electricidad

Con esta medida me temo que se va a producir una redistribución, o mejor dicho una ampliación, de la pobreza energética

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Electricidad

He de reconocer que empleo con frecuencia, en mis novelas, la palabra electricidad, también eléctrico o eléctrica, ya que me gusta aplicarlo a las personalidades o capacidad de movimientos de mis personajes. Y siempre he empleado la palabra para expresar algo positivo, para recalcar que alguien tiene energía, dinamismo, que es activo, pero me temo que voy a dejar de hacerlo, por la fatiguita, cuando no grima, que le estoy cogiendo a la electricidad, gracias a su reciente popularidad. Porque llevamos unos días hablando y hablando de la electricidad, y me temo que será un tema central de nuevo, de gran audiencia, cuando nos llegue la primera factura con esta tarificación que han creado y que se empeñan en vendernos como un ahorro.

Desde luego, si lo que pretendían es que la electricidad ocupara todo el protagonismo, indiscutiblemente lo han conseguido. No creo que haya existido nunca un influencer tan influencer en la historia de la mercadotecnia, ya que tiene a todo un país mirando los horarios de marras, llano, punta y valle, para saber si debemos poner la lavadora, el lavavajillas o planchar el montón de ropa. Y desde que ha entrado en vigor, y gracias al triunfo de este influencer, cuando el reloj marca las 12 de la noche no nos transformamos en calabazas ni una princesa pierde un zapato de cristal en su huida, no, lo que ocurre es que los edificios, los barrios, las ciudades, conectan sus electrodomésticos, conformando una orquesta revolucionaria, en nada parecida a la que creó el bueno de Nacho Montoto, propiciando que algunos soñemos con colores que giran y giran en el bombo de la lavadora.

Para alguien como yo, ignorante en todo lo que representa la ciencia y sus familiares, es muy difícil entender que la electricidad tenga un precio a las seis de la mañana y otro muy distinto a las seis de la tarde. ¿Por qué? Alguien de la sala que me lo explique. Mis novelas cuestan lo mismo en todos los tramos horarios (aprovecho para contarle que la nueva, Los amantes anónimos, está al caer, momento publicidad), y lo mismo le sucede al pan, al arroz, a unos pantalones o a las patatas. Supuestamente, me reitero, esta medida la han tomado para beneficio de las familias, ya que la teoría señala que deberíamos ahorrar en el largo plazo, y así hablan de entre 150 y 300 euros si tienes narices de poner la lavadora y el lavavajillas a partir 12 de la noche y si tienes buena vista para planchar antes de la ocho. Aunque todo esto fuera cierto, que conduce a que nuestras vidas sean irremediablemente más incómodas (lo cómodo es hacer algo cuando te dé la gana), hay un sector poblacional que paga los platos rotos: todos aquellos que trabajamos en casa. Ya que en el 95% de los casos nuestros horarios laborales coinciden con los tramos de la tarifa más cara, y si ya tenemos en cuenta que, a los que somos trabajadores autónomos, no nos permiten desgravar el consumo energético de nuestra vivienda, la cuadratura del círculo llega como por arte de magia. ¡Tachán!. Menudo verano sin conectar el aire acondicionado, a sudar la gota gorda, trabajando como auténticos galeotes.

Con esta medida me temo que se va a producir una redistribución, o mejor dicho una ampliación, de la pobreza energética: gracias a esta medida seremos muchos más los pobres, energéticamente hablando. Y las políticas, en este sentido, han de pretender justamente lo contrario: reducir las desigualdades, y que cada vez sean menos los afectados. También cabe la posibilidad, y no me acusen de frívolo, aunque lo parezca, que pasemos a ser un país con peor aspecto: no lavaremos tanto nuestras ropas, nos declararemos insumisos con las planchas y secadores, y cuando nos acostumbremos a vernos arrugados y despeinados, que a todos nos acostumbramos, se acabó el problema. En cualquier caso, no es un asunto nuevo el de la electricidad, el de su precio, y entiendo que requiere un abordaje global, social y meditado, ya que no se trata de un lujo, de una comodidad o de una opción, es una necesidad vital y como tal debe ser tratada.

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