Tribuna

José Mª Pérez Jiménez

Inspector de Educación

Batucada trianera

En un momento así, tiene doble mérito que surja la conciencia colectiva del barrio de Triana, por algo se dice que es especial, para defender el futuro de sus niños

Batucada trianera Batucada trianera

Batucada trianera / rosell

Me cuentan voces cercanas que hace unos días resonaron, con estruendo, los toques ancestrales de cajones y tambores que, fieles a su origen primitivo, portados en la vía pública a modo de batucada, sirvieron para unir en torno a ellos a los habitantes de un barrio, a una tribu, que reivindicaban para sus niños y niñas uno de los valores más preciados, la educación, tras sufrir el agravio de la privación de unos recursos anteriormente existentes y que, por los azares de la demografía y los cálculos vinculados a privilegios que no deberían producirse, ahora se extinguen por decisión de quien los administra, precisamente como representante de los ciudadanos de los que parece olvidarse ahora.

La gente del arrabal en el que en 1892 iniciara sus andaduras épicas el Pasmo de Triana, vinculado al mismo hasta el extremo de que incorporó a su apodo el nominativo del barrio en el que vivió, se unía así, con orgullo y con la fuerza percutora de los timbales de la tradición, para reclamar lo que les pertenece por derecho propio, la educación, el que corresponde a los ciudadanos de un país en el que en 1978, tras varias décadas quebrantado, nuestra Constitución consagró como básico y fundamental para todos, en régimen de igualdad.

Porque, previamente, un burócrata con las maneras y la forma de pensar de los que describía Hannah Arendt, desconocedor de las esencias de la cultura, de la identidad, y de la historia de un barrio antiguo, ha tomado la decisión de suprimir, sin escrúpulos, parte de un bien innegociable. Un burócrata que ahora sirve a su Señor, pero que antes pudo servir a otros, aplicándose a sí mismo la sentencia del inigualable Groucho: "Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros". Un burócrata que ajeno, por ignorancia o cinismo, al valor y las consecuencias positivas de la equidad, toma decisiones contrarias a los principios básicos que deberían regir nuestra sociedad. Entre otros motivos, para que los números, ¡sus números!, cuadren. Un burócrata que no debería ocupar el puesto que ocupa, porque aparenta desconocer que la educación pública es una conquista que no debe tener retroceso alguno, por el bien de todos, de manera que puede ocasionar un gran daño a la sociedad en su conjunto. Porque el que administra los bienes públicos, debe estar al servicio de lo público, perdonen la redundancia en este caso necesaria, y no utilizarlos perversamente para fines, precisamente contrarios.

Acompañados de sus mayores, una inmensidad de niños y niñas de Triana, algunos de los cuales, en el futuro, acompasarán sus ritmos a los tambores del Domingo de Ramos, de la Madrugá, o del Viernes Santo, esos mismos, formaron un estruendo trianero que debería resonar en la conciencia de quien, ajeno a las necesidades reales de un barrio, de la sociedad, pretende la demolición, por la vía de los hechos, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, del edificio que puede servir para transmitir la herencia del pasado y, a la vez, el progreso hacía nuevos límites.

Lo referido afecta ahora a un colegio y a un barrio, no cito aquel porque el mismo agravio aqueja a otros muchos, pero sí menciono el tantas veces denominado arrabal sevillano, porque en una tarde para recordar, por el derroche de ejemplaridad ciudadana que en la misma se produjo, por el orgullo expresado con sones marineros, por la dignidad alfarera de quienes habitan cada día los muros proyectados por Aníbal González, y tienen la suerte de disfrutar los retablos cerámicos que los decoran, salieron a la calle para exigir que no se les prive de lo que tanto ha costado conquistar, de la memoria de su pasado y de la esperanza en su futuro, del derecho básico a una educación completa, no subsidiaria, que no debe verse transgredido por quienes, en aras de intereses inexplicables u ocultos, alteran el orden de las cosas.

Afortunadamente, parece que estamos saliendo de una época negra, caracterizada por el dolor, el miedo y la incertidumbre extrema, de manera que, a la euforia propia de la aparente e inmediata victoria, de forma colateral y secundaria, podríamos sufrir una bajada de las defensas personales y sociales que nos impidan darnos cuenta de lo realmente importante, aquello por lo que vale la pena realizar un esfuerzo. En un momento así, tiene doble mérito que surja la conciencia colectiva del barrio de Triana, por algo se dice que es especial, para defender el futuro de sus niños, en contra de quienes bajo la apariencia de un falso pragmatismo, pretenden conculcarlo.

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