Tribuna

Francisco Núñez roldán

Antifascistas bastante fascistas

Antifascistas bastante fascistas

Antifascistas bastante fascistas / rosell

Siento no recordar a quién le leí una reflexión muy acertada sobre que en realidad hay dos tipos claros de fascistas: los fascistas y los antifascistas. Por supuesto no nos referimos a la ideología, porque casi nadie sabe hoy lo que era o es el estado corporativo o el fascismo mussoliniano, salvo una ínfima minoría que sigue defendiendo esos conceptos pero que de hace mucho acá apenas existe y no se mete con nadie.

Lo que la harka ignara e insidiosa llama hoy fascismo es simple y llanamente la ideología que incluye defender la Constitución, la igualdad de los españoles ante la ley, el derecho a hablar español en toda España, el castigo de los delincuentes políticos, de los criminales terroristas y que sólo se deba entrar en el país por las puertas legales. Quienes apoyan semejantes premisas se tiene ganado el calificativo de fascistas, y contra ellos se puede y debe actuar de todas las maneras, reglamentarias o no, en la calle, en la universidad, en los medios, y por supuesto desde el poder político progresista, negando el pan y la sal a los defensores de dichos epítomes ideológicos. Y claro está que es comprensivo y benéfico no solo intentar por todos los medios que no vuelvan nunca al poder sino jactarse de ello públicamente, como ya hizo en su momento el pequeño gran líder de Galapagar.

Pero resulta que el verdadero comportamiento fascista, hoy una entelequia política tras 1945, goza de excelente salud en esos furibundos antifascistas que se dedican a atacar a sus rivales usando las mismas estrategias, tácticas y técnicas que los fascistas o incluso los nacionalsocialistas usaron contra sus opositores. Para que quede claro, se trata de la vieja argucia del victimismo del agresor. A mayor violencia contra el otro se fabrica mayor excusa para justificar dicha violencia. Todos los escraches, boicots, matonismo universitario, ataques verbales e incluso físicos contra el rival están justificados si a este lo hemos calificado previamente nada menos que de fascista. Y la respuesta del rival carece de importancia. Lo hemos englobado por nuestra cuenta como fascista y ello basta. O sea, que las agresiones y violencias que se criticaban o pensaba que hacían los fascistas están más que justificadas si ejercemos todo eso contra alguien a quien hemos bautizado como fascista. Y en cualquier debate o conversación política tampoco es menester argumentar a la contra, rebatir datos, fechas o cifras, como debería ser. Basta atacar sobre todo a la persona en sí, decirle que habla como un fascista para que se produzca el deseado cortocircuito que descalabra todo y deja caer la razón de forma absoluta del lado de quien ha pronunciado el referido mantra político.

Al igual que ya ocurrió en su momento, y a la prensa de entonces me remito, hoy digitalizada y accesible, todo lo que no era republicano comenzó a ser fascista. No había ya republicanos de derechas, socialdemócratas o liberales. Había republicanos del Frente Popular y luego la canalla fascista enfrentada. Así hasta que llegó la guerra, y mucho más se acentuó durante la guerra, claro.

La situación tiene hoy una preocupante similitud. Se agrede a la oposición desde los quejosos y aplastantes medios de comunicación gubernativos, a la vez que se llama “seudomedios” justo a los que no paga obligado el contribuyente sino que se financian a sí mismos pero no pasan por las horcas caudinas de la verdad oficial. En nombre de la defensa de la intimidad familiar herida se arremete sin ambages contra las intimidades y familias de los miembros de la oposición. Y en nombre de ese progresismo repetido hasta la náusea se embiste contra la división de poderes para intentar lo más parecido al monolitismo fascista, o lo que es parecido: volver al antiguo régimen donde también una sola autoridad dominaba al ejecutivo, al legislativo y al judicial. En medio aparecieron libertades llamadas burguesas que mira por dónde son las que han traído más prosperidad a los países donde se han desarrollado. Pero eso sí, hay que revivir la palabra fascista como un sumidero verbal adonde va todo lo que se nos contrapone, todo lo que contradice a nuestra luminosa sociedad buenista que se va suicidando de manera implacable. Autoridad, honor, dignidad, patriotismo, emulación, honradez, esas son palabras sencillamente fascistas. Y por favor, no se le ocurra a usted quejarse de que cada mes entren indocumentados miles de africanos, islámicos en su mayoría y sin cualificación alguna, mientras nuestros licenciados, los que nos han costado el dinero a todos, han de salir a su vez en gran número a buscar trabajo fuera de nuestras fronteras. Esta última, otra palabra deleznable, como no podía ser menos, por más que si no hubiese fronteras ni yo estaría escribiendo esto ni usted leyéndolo.

De modo que no se preocupen de que no haya ya camisas pardas o negras, botas enterizas o brazos en alto. Con boina o barretina, atuendo zarrapastroso y pantalones voluntariosamente desgarrados, el fascismo, o el antifascismo, llámenlo como quieran, se practica en España mucho más de lo que sería deseable, y goza de excelente salud.

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