Editorial
Gobierno a la deriva
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El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, ha declarado que la clase política que ahora tiene España es la peor de los últimos 45 años y que eso incluye al propio PP. Es de agradecer el esfuerzo de autocrítica del líder de la oposición, sobre todo si se tiene en cuenta que él forma parte de la misma en uno de sus puestos más destacados. Tan importante para el buen desarrollo de un sistema democrático es la actuación del Gobierno como el que haya una oposición con capacidad de censurar y de proponer alternativas. Desgraciadamente, hay que darle la razón a Núñez Feijóo, por lo menos de forma parcial. En un momento especialmente delicado, tanto desde el punto de vista nacional como internacional, los encargados de gestionar la política española no están a la altura de lo que cabría esperar de ellos. Ello afecta tanto a los del Gobierno como a los de la oposición y a los de muchas de las autonomías. Si son los peores desde la llegada de la democracia es algo que sólo se puede medir desde la subjetividad. Pero sí es evidente que no son los mejores. En España se ha producido en las últimas décadas una progresiva profesionalización de la política, entendiendo este término como la utilización de la representación pública para hacer una carrera y alcanzar un estatus que a muchos les estaría vedado, por falta de competencia, en el sector privado. Han quedado para la historia los tiempos en los que destacados profesionales en ámbitos como el derecho, la universidad o la empresa se apartaban durante algunos años de sus trayectorias para dedicarlos al servicio público y luego volvían a sus carreras. Este fenómeno se produjo con mayor o menor intensidad durante la Transición. Pero con el paso de los años, la política se fue degradando e incluso convirtiéndose en una actividad sospechosa. Eso hizo que destacados profesionales se apartaran y que los que llegaban entendieran la política no como un fin, sino como un medio de vida en el que perpetuarse.
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