Editorial
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Si sólo hace unos días apuntábamos el duro golpe que para el sector turístico andaluz suponía la negativa del Reino Unido a incluir a España en su "lista verde" de países donde el coronavirus está bajo control, hoy podemos felicitarnos por la decisión del Gobierno de España de abrirse al turismo de todo el mundo, flexibilizando desde ayer las restricciones sanitarias de acceso al país. Fundamentalmente, una nueva normativa admite las pruebas de antígenos rápidas y los certificados de vacunación y de recuperación para viajeros procedentes de la Unión Europea (UE), así como la apertura a los turistas vacunados desde países extracomunitarios. Estas medidas, sin duda, facilitarán la llegada de viajeros a España y ayudarán a salvar la temporada turística estival, tan importante para nuestro país, en el que el turismo de sol y playa sigue teniendo un peso fundamental. Ahora hace falta que, tal como espera el Gobierno de España, el resto de países comunitarios tomen medidas recíprocas para poder avanzar en la recuperación de los viajes internacionales. Nadie está apostando por un relajamiento insensato de los controles sanitarios. Actualmente, por fortuna, ya existen medios técnicos suficientes para controlar al coronavirus en las fronteras. Sólo hace falta voluntad política para ponerlos en marcha. España, Europa y el mundo en general no pueden seguir paralizados mientras ven cómo las economías se derrumban. Paralelamente, ayer supimos también que Andalucía será la primera región europea en contar con un certificado de vacunación validado por la UE, lo que sin duda es un acierto del Gobierno andaluz. Dicho documento no sólo facilitará la movilidad por los distintos territorios de la Unión Europea, sino que generará algo muy importante en la economía y en la vida en general: confianza. Aunque algunos han esgrimido que podría ser discriminatorio, lo cierto es que, debido a la velocidad a la que avanza la vacunación, este argumento pierde bastante fuerza. Sólo los que se niegan a vacunarse podrían tener motivos de queja, pero es el precio que hay que pagar por no colaborar en frenar la pandemia del coronavirus.
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