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Rotos todos los puentes entre el PSOE y Podemos en la sesión del Congreso del martes, la tensión entre los dos socios del Gobierno de coalición se trasladó ayer, de forma bien perceptible, a las manifestaciones convocadas con motivo del 8 de marzo. Cabe preguntarse qué más tiene que pasar para acabar con esta ficción absurda de compartir las sesiones del Consejo de Ministros y la bancada azul del Parlamento para a los pocos minutos estar lanzándose acusaciones cuando no, abiertamente, insultos. La legislatura está más que finiquitada. España no tiene un Gobierno capaz de gestionar con un mínimo de coherencia el día a día del país. El presidente Pedro Sánchez dijo tras las primeras elecciones de 2019 que le quitaría el sueño tener que compartir mandato con Pablo Iglesias y ministros de Podemos. Meses después, constituyó el primer Gobierno de coalición de la historia democrática de España precisamente con los que le producían insomnio. Hoy tiene motivos sobrados para comprobar cuánta razón tenía cuando dijo aquello. La coalición ha sido un viacrucis con todas sus estaciones que ha tenido el final que era previsible con la ley del sólo sí es sí. A partir de ahora, mantener el Gobierno con encefalograma plano y respiración asistida no será otra cosa que un comportamiento insensato y una irresponsabilidad. Se hará porque es lo que marcan los tiempos políticos y las urgencias electorales. Pero nada más que por eso. No se comparte ni proyecto político ni estrategias, hasta el punto de que una norma, aprobada el pasado martes, para legislar sobre la igualdad en empresas e instituciones la hace el presidente del Gobierno marginando y ninguneando al Ministerio que precisamente se denomina de Igualdad. En realidad, poco importa a estas alturas. El PSOE y Podemos son, hoy por hoy, rivales políticos en la misma o incluso mayor medida que lo pueden ser los socialistas y el PP. Esta situación condena a España a atravesar sin un Gobierno real los meses que queden hasta las elecciones generales.
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