Editorial
Muface como síntoma
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T RAS dos años de pandemia es inevitable que no se detecte una cierta fatiga en la ciudadanía, lo cual provoca que se relajen las medidas de protección frente al coronavirus. Los españoles, que demostramos -sobre todo en los momentos más duros- una admirable disciplina social en el cumplimiento de las estrictas normas que se impusieron, especialmente el confinamiento total (algo completamente inaudito en nuestra sociedad), cada vez damos más muestras de relajo en nuestra autoprotección y en la de los que nos rodean. Esto se ve muy claro en dos medidas que son fundamentales en estos momentos: la obligación de llevar mascarillas en el exterior y la de presentar un pasaporte Covid en bares y restaurantes. La primera de estas medidas es cada vez más obviada por los transeúntes y las fuerzas de seguridad ya ni se molestan en llamar la atención a los que la incumplen. La segunda también se está aplicando con manifiesta desgana. Como se suele decir, toda norma que es incumplida por la mayoría requiere su inmediata revisión, entre otras cosas porque supone un desprestigio para la autoridad que la ha aprobado. Por tanto, ahora que es evidente que la sexta ola ha empezado a remitir, es necesario que se revisen las normas para sustituirlas por otras que sean eficientes y cuenten con el respeto de la ciudadanía, que es la que las debe de cumplir. No se trata de obviar que aún seguimos en una pandemia que no sabemos cuánto durará, sino de ir modulando las medidas según el ciclo en el que nos encontremos. Sin bajar en ningún momento la guardia, quizás ha llegado el momento de impulsar eso que desde el Gobierno, que cuenta con importantes asesores científicos, se llama "gripalizar" la pandemia.
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