Editorial
Ábalos, factor de riesgo para el Gobierno
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El motín de la empresa de mercenarios Wagner ha dejado al descubierto la debilidad de Vladimir Putin y la del propio Estado ruso. No es poco. Al comienzo de la invasión de Ucrania se temía que la respuesta internacional pudiera enfadar más allá de lo razonable a un líder considerado todopoderoso. Aunque gobierna un régimen autocrático y persigue de modo cruel a sus opositores, el presidente ruso se vio obligado a pactar este sábado con Yevgueni Prigozhin, el propietario de Wagner, que en su pulso contra el Ministerio de Defensa fue capaz de desplazar una columna militar desde Rostov, al sur del país, hasta unos 200 kilómetros de Moscú, sin que ninguna fuerza fuera capaz de detenerla. Resulta chocante que los militares enviados a detener este levantamiento, finalmente abortado por su propio ejecutor, fuesen los del ejército checheno que dirige Ramzán Kadírov. Putin había calificado este motín de rebelión y de traidores a sus participantes en un mensaje solemne dirigido a la nación, pero horas después se avino a negociar un acuerdo que se ha saldado con el exilio de Prigozhin a Bielorrusia y con una teórica disolución de la Wagner, cuyos mercenarios se podrán enrolar ahora en el Ejército ruso. La Fiscalía no presentará cargos contra ninguno de ellos. Sin duda, el expansionismo militar de Putin ha horadado el poder del Estado y el suyo propio, ya recibió un golpe tremendo cuando sus fuerzas no pudieron ocupar Ucrania el año pasado en lo que había previsto como una operación rápida de cambio de régimen. Ahora, se ha evidenciado que hay diferencias muy graves dentro de la dirección del país, aunque lo que ha aflorado no es el interés de los contendientes por un relevo en la presidencia ni un cambio de régimen, sino una lucha por el poder militar y, por ende, político. Para Ucrania y los aliados europeos, el motín revela que es posible ganar la guerra de liberación o, al menos, llevarla hasta un punto favorable de negociación.
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