La crisis económica retrata a la clase política

El primer trimestre del año ha sido demoledor: el Gobierno se ha visto obligado a recortar su previsión de crecimiento del PIB casi a la mitad

La tormenta perfecta desatada sobre la economía ha frenado en seco todas las expectativas de crecimiento. A los letales coletazos del Covid a comienzos del año, se han unido el subidón de la energía, la huelga de los transportistas, la paralización de la cadena de suministros, la invasión de Ucrania y la galopante inflación, mientras que nuestros políticos han seguido a lo suyo, incomprensiblemente, tirándose los trastos a la cabeza. La pérdida del poder adquisitivo de la sociedad en su conjunto es tan evidente como el hundimiento del consumo y el sufrimiento de las familias, las pymes y las empresas. De esta forma, resulta incomprensible que la clase política anteponga el sectarismo y sus intereses partidistas a cualquier estrategia conjunta para superar el bache, como se vio esta semana en el Congreso, y también se empieza a palpar en la precampaña de las andaluzas, donde todos juegan a crispar el ambiente, en lugar de confrontar ideas desde un debate serio sobre lo mejor para relanzar nuestra economía, que es lo que demanda la situación.

El primer trimestre del año, sacudido por la guerra de Ucrania, ha sido tan demoledor en lo económico que el Gobierno ha tenido que rebajar sus previsiones de crecimiento casi a la mitad, del 7% al 4,3%. El PIB apenas experimentó un pírrico crecimiento del 0,3% frente a los repuntes trimestrales que despidieron 2021, por encima del 2%. El Gobierno lo había cifrado todo en una rápida recuperación. Pero entre la subida generalizada de la cesta de la compra y la incertidumbre que ya afecta también a los tipos de interés, la economía se ha contraído en tiempo récord. Bajo esta crisis alarmante, los políticos tendrían que exhibir una actitud a la altura de las circunstancias, sentándose a negociar medidas desde el consenso que transmitan confianza a la ciudadanía. No todo está en sus manos, pero el prestigio de las instituciones sería una señal de confianza que ayudaría tanto en el ámbito interno como en la imagen que proyecta el país. Lamentablemente, no es esa la situación en estos momentos.

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