Pese a los distintos conatos de negociación, la guerra en Ucrania adquiere cada día que pasa un cariz más preocupante. En las últimas horas hemos visto cómo el Ejército ruso ha intensificado sus ataques, con especial atención al cerco de Kiev, aunque también con acciones en la zona oeste del país, ya cerca de las fronteras con territorio OTAN y de la Unión Europea. A nadie se le escapa que tales acciones tienen como objetivo amedrentar a los países que están colaborando de forma activa con la agredida Ucrania, entre los que se encuentra España. De hecho, Moscú ha vuelto a insistir en sus amenazas contra los aliados, afirmando que cualquiera de esos convoyes será "objetivo legítimo". Ante esto, acierta el Alto Representante para Asuntos Exteriores de la Unión Europea, Josep Borrell, al no amedrentarse y dejar claro que la UE seguirá ayudando a Ucrania, una nación que ha sufrido un brutal ataque que vulnera los principios más elementales de la legalidad internacional. Cada vez parece más obvio que la Rusia de Putin ha optado por un tipo de guerra que creíamos ya parte de la historia más negra de Europa, con asedios a las poblaciones, intenso uso de la artillería sin distinguir los objetivos militares de los civiles y absoluto desprecio por los derechos humanos. También es sumamente preocupante la tendencia al aislamiento que se observa en Rusia, así como la situación de algunas centrales nucleares. Moscú ya ha anunciado que se está preparado para desconectar el país del ciberespacio global. Es evidente que una Rusia cada vez más aislada y agresiva sólo puede aumentar aún más la peligrosidad de una crisis que está poniendo a Europa al borde de una guerra generalizada. Pero también que ceder ante los delirios imperiales de Putin sería la perdición de Europa.