La reunión de la Junta Directiva Nacional del Partido Popular celebrada ayer supone el inicio de un proceso que culminará con el Congreso que el partido celebrará los próximos 2 y 3 de abril y que tendrá, hasta cierto punto, un carácter de refundación. El PP va a dejar atrás un periodo de fuertes convulsiones internas, que ha desdibujado el papel institucional que le corresponde jugar como primer partido de la oposición. Si todo sale como está previsto, Alberto Núñez Feijóo, que ha demostrado en sus sucesivas mayorías absolutas en Galicia que es un político con personalidad propia y experiencia en la gestión, se pondrá al frente de la organización. Sus planes pasan por recuperar para la dirección a algunas personas que ya han estado en equipos anteriores y apoyarse en el poder territorial del partido. En este último aspecto, Juanma Moreno, presidente de la Junta y del PP andaluz, está llamado a tener cada vez mayor peso político en la dirección nacional de su formación. Pero sería un error pensar que con la sustitución de Pablo Casado y su equipo la situación queda solventada. El PP es, como lo es el PSOE, un partido sistémico y, como tal, un elemento clave del sistema democrático español. Representa a muchos millones de españoles, que confían en sus recetas para hacer frente a los problemas que tiene planteados el país. Ha sido precisamente el olvido de esta función institucional, más allá de los navajeos internos o los enfoques desacertados de su principal dirigente, lo que está en el origen de la crisis del partido. Por eso, el Congreso de Sevilla va a tener un carácter decisivo. La actual situación política, económica y social de España precisa de una oposición fuerte y de una alternativa clara. Y eso era lo que había dejado de garantizar el PP de Casado, quien, en su discurso de ayer ante la dirección del partido, volvió a demostrar que no ha estado a la altura de la misión que tenía encomendada. El PP es necesario y el camino que emprende ahora debe responder a esa exigencia.