Editorial
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El actual Gobierno cumple dos años marcado por el Covid y la crispación. Sobre el primer asunto nada podía hacer para evitarlo. Estamos ante una pandemia de carácter global que no ha respetado a ningún país. Otra cosa, evidentemente, es si las respuestas dadas por el Ejecutivo de Pedro Sánchez han sido las adecuadas o no. En este aspecto el balance es agridulce, con errores, aciertos y la sensación de que el Gobierno se ha ocultado en más de una ocasión tras los tribunales de Justicia y las comunidades autónomas para no hacer frente a una de las situaciones más particularmente graves que ha vivido la España contemporánea. Otro de los grandes rasgos de estos dos años ha sido la crispación de la vida política. En este aspecto, el Ejecutivo de Sánchez sólo tiene la culpa en un cincuenta por ciento. Es cierto que el principal partido de la oposición, el PP, ha optado en muchos casos por un enfrentamiento duro y descarnado con la bancada azul, pero también lo es que el Gobierno ha demostrado en muchos casos una actitud sectaria, y sus propuestas han estado marcadas por un sesgo exageradamente ideológico que solamente podía enervar al centroderecha. En este sentido, poco han ayudado sus alianzas parlamentarias con partidos radicales y marcadamente anticonstitucionales como ERC o EH-Bildu. Pedro Sánchez ha dejado muy claro estar dispuesto a las alianzas más extravagantes y tóxicas con tal de permanecer en el poder. No se puede comprender estos dos últimos años sin analizar las batallas internas en los bloques de izquierda y derecha. En ambos casos, la realidad es que los ganadores están resultando los dos partidos sistémicos. La llamada nueva política se ha desinflado considerablemente.
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