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La laguna de Santa Olalla, la más importante del Parque Nacional de Doñana, se ha secado. La noticia la confirmaba al terminar la semana pasada la Estación Biológica de Doñana (EBD), un organismo que pertenece al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). La sequía y la sobreexplotación del acuífero por parte de los cultivos, pero también el impacto del turismo en verano, con la urbanización de Matalascañas al fondo, asoman como principales responsables de que haya desaparecido el agua en superficie. El daño ecológico es evidente para la flora y la fauna, que pierden su refugio acuático en este privilegiado espacio natural. Es la segunda vez que la laguna se deseca y expertos como el director de la EBD, Eloy Revilla, insisten en que la única salida posible es reducir el consumo agrícola y el humano que se extrae del acuífero. El debate sobre el futuro de Doñana quedó desplazado por la convocatoria electoral del 23-J. El portavoz del PSOE en el Parlamento andaluz, Juan Espadas, solicitó hace semanas una reunión con el presidente autonómico. Juanma Moreno planea arrancar el curso político con entrevistas con los líderes de las formaciones andaluzas. En el horizonte, la cuestionada proposición de ley para ampliar los regadíos en la corona del parque. La Junta acaba de autorizar el uso de aguas depuradas para regar 64 hectáreas en la zona. Una alternativa sostenible pero del todo insuficiente. Los informes señalan que el campo precisa casi el 80% del agua que se consume. Aunque la investigación y la mejora de las conducciones pueden reducir ese elevado porcentaje. El planteamiento actual con el parque resulta equivocado. La prioridad debe ser salvar Doñana. Y, a la vez, impulsar todas las inversiones necesarias para conseguir los recursos hídricos en superficie que precisa la agricultura posible. Seguir por este camino sólo conducirá a desecar este espacio sin ni siquiera preservar los cultivos.
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