La Rayuela
Lola Quero
Rectores
El almiquí
Entre las cosas más interesantes de mi trabajo está que, además de los trastornos orgánicos que pueden producir las enfermedades, es necesario investigar diversas situaciones anímicas, personales o familiares que pueden influir en la evolución de las mismas. Esta es una de las enseñanzas que transmito a mis alumnos de Medicina. Además, les animo con frecuencia a ponerse en el lugar del paciente, para que mediten si estarían contentos/as con el trato recibido. Pero aquella mañana de consulta, una estudiante, Laura, me dio una gran lección. Esta es una muestra inequívoca de que cada día mi actividad laboral en el hospital me reporta una nueva enseñanza y es una de las razones por las que me encanta mi profesión.
Laura era una estudiante de 5º curso de Medicina, no tenía más de 22 años, delgada con aspecto de mujer frágil, mirada profunda y límpida de ojos azul 'cielo', facciones faciales suaves y una sonrisa cautivadora. Permanecía a mi lado observando atentamente, todas las fases de la entrevista clínica y de la exploración física de los pacientes. Yo la animaba constantemente a participar en la elaboración de la historia y ella aprendía con una rapidez inusitada. Entre paciente y paciente, como de costumbre, les pregunto a los alumnos por qué han escogido la Medicina como profesión. Suelen ser diversas las motivaciones: familiares (padres, madres, tíos o hermanos) que ya eran galenos, posibilidades de un trabajo estable futuro, inclinación a la investigación básica, etc. Laura no esgrimía ninguna de estas. Ella afirmaba que sentía la necesidad de ayudar a la gente. Había estado varios veranos en una misión religiosa en Nicaragua. Me contaba que le sorprendían las enormes diferencias existentes en la práctica médica entre el mundo occidental y los países pobres. Se indignaba mucho cuando algún paciente me reprochaba haber entrado en consulta más tarde de la hora programada de su cita. Yo intenté indagar en que área quería especializarse. Ella mi miró fijamente, y con una determinación pasmosa me dijo: "Doctor me da igual la especialidad que escoja, mi objetivo en la vida es ayudar a los demás y practicar la medicina para aquellas personas desarraigadas, pobres y sin recursos. Ni siquiera me importa cuántos pacientes tendré que ver a diario ni el sueldo que me vayan a pagar por ello". Laura consiguió remover mi conciencia. Ante su rotunda respuesta, solo pude articular una frase: bendita vocación, digna de una sana envidia.
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