Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Para la virgen de agosto…

Agostos de canícula, sangría, gazpacho y abanico. Veranos de correrías infantiles y juveniles

El descanso estival siempre agita la nostalgia. De un modo u otro, la Virgen de Agosto es una de esas fechas que siempre han marcado el calendario familiar. Salvando momentos extraordinarios, fueran de alegría, como la eterna BBC de Bodas, Bautizos y Comuniones o de tristeza, tanto enfermedades como entierros, los españoles siempre nos hemos visto de Navidad a Domingo de Ramos y ya, para la Virgen de Agosto. A ver a quien no se le salta una lagrimilla recordando aquellos eternos veranos, fueran en la playa o en el pueblo, esperando dos horas para bañarte en el mar, en la poza de algún río o poder darte un chapuzón en la piscina. Tardes eternas compartidas con los abuelos; reuniones de primos, nunca exentas de enfados y gravísimas tragedias de las que duran un suspiro o aquellas primeras salidas con la pandilla del colegio o del barrio, que cincuenta años después, sabes que siguen siendo los mejores amigos que siempre has tenido y tendrás, vivas los años que vivas.

Define el diccionario a la nostalgia como la tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida. Por eso nadie añora tiempos pasados que pudieron ser mejores o peores, aunque lo que es seguro es que fueron distintos. No se añora la República, ni el Franquismo, ni la Transición. Lo que echamos de menos es nuestra infancia y nuestra juventud. Porque disfrutábamos de esa divina inconsciencia que la madurez te arranca por la fuerza de los acontecimientos y la vejez, dicen que te devuelve. Ya escribió Bergamín que “cuando la vejez te llega, no es que vuelvas a la infancia, es que moderas el paso y al fin, la niñez te alcanza”.

El divino aburrimiento, patrimonio de los niños, te llevaba a idear travesuras infinitas, a convertirte en cinéfilo porque hacía fresquito en el cine de verano, a leer sin mesura las aventuras de los Cinco o a sentarte a ver los toros en la tele con tu abuelo, gritando un ¡ole! cuando era menos apropiado o cantando el gol de quien fuera mientras tu padre se enfadaba porque era su equipo quien iba perdiendo el Carranza o el Teresa Herrera. Pero tú estabas allí para pasártelo bien y te daba igual quien ganara.

Agostos de canícula, sangría, gazpacho y abanico. Veranos de correrías infantiles y juveniles que hoy disfrutan quienes llegaron después y que un día, dentro de algunos lustros, recordarán con la misma nostalgia cuando la madurez les haga echar la vista atrás… para la Virgen de Agosto.

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