LA TRIBUNA

ANTONIO M. RODRÍGUEZ RAMOS

La verdad de Rey Heredia

LA verdad no es de quien la dice, sino de quien la ejerce. Y de eso saben mucho en la margen izquierda del Guadalquivir. Quizá el único lugar de Córdoba que hace honor a su nombre. Por margen. Y por izquierda. En los márgenes habita la verdad. Si no existieran las notas marginales de defunción o divorcio, siempre estaríamos vivos o casados para el Registro. El margen corrige los errores cometidos en el cuerpo de la página. Y puestos a elegir, prefiero el margen izquierdo. Rebelde. Inconformista. Por sí. Pero nunca para sí. Ni por caridad. Sino para los más débiles y por justicia social. Decía Bertolt Brech que "cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse tendrá que pasar al ataque". Así lo han hecho en la margen izquierda. En el mismo corazón del Campo de la Verdad. En Rey Heredia.

Un colegio es mucho más que un edificio. Es el espíritu educativo que lo inunda como un gas. Por eso un colegio siempre será lo que fue. Aunque se abandone o se decrete su "desafección escolar", de sus paredes rezumará la memoria de quienes enseñaron y aprendieron. Y en Rey Heredia se respira apenas entrar. Como si cada niño se hubiera dejado un jirón del alma en sus perchas. O quedarán suspendidos en el aire los ecos de sus últimos profesores. Tenía que ser allí donde la verdad se ejerciera libremente por la ciudadanía. En uno de los colegios públicos más simbólicos y con más arraigo de la ciudad. Fundado en 1918 como escuela mixta, Rey Heredia fue el único edificio de Córdoba que mantuvo públicamente el escudo republicano íntegro durante la dictadura. Y ahora que se quería derribar para convertirlo en merendero de turistas, su esencia republicana vuelve a flotar en el ambiente. Intacta. Para ejercer el poder público del que habían abdicado los poderes públicos.

La verdad es un bisel que rasga el velo que cubre la retina del que no quiere ver. Y Rey Heredia ha roto de arriba abajo un telón que cubría media ciudad, desnudando la pasividad de las administraciones y evidenciando la capacidad de los ciudadanos. Decía Gustav Mahler que "no hay más que una educación: el ejemplo". Cuánta razón. La actitud del pueblo en Rey Heredia es un espejo de lo que podemos hacer y de lo que no deben hacer nuestros gobernantes. Cometerían un error histórico si los jueces accedieran al desalojo de los colectivos solidarios que han revitalizado este inmueble. Porque es inmoral que se restaure la posesión a quien no poseía. Cuando nadie ha cometido delito.

El art. 245.2 del Código Penal regula el delito de "usurpación de inmuebles" en estos términos: "El que ocupare, sin autorización debida, un inmueble, vivienda o edificio ajenos que no constituyan morada, o se mantuviere en ellos contra la voluntad de su titular, será castigado con la pena de multa de tres a seis meses". La palabra "ocupación" es perversa. Nuestro derecho la emplea para permitir la adquisición de la propiedad sobre los muebles sin dueño. Como una muñeca vieja tirada en la basura. Y éste no es el caso. Los colectivos sociales que la poseen no quieren adueñarse del inmueble, ni inmatricularlo clandestinamente en el Registro como si fuera una Mezquita-Catedral cualquiera, sino darle la vida que los poderes públicos le han negado. Para que exista delito, la jurisprudencia exige conciencia de ajenidad, intención de hacerla suya y un daño efectivo. Ninguno de estos tres presupuestos se cumple en Rey Heredia. No hay posesión injusta de mala fe cuando lo que se está utilizando es un bien de todos. Ni cuando los ciudadanos están asumiendo la función social que constituye el deber que están incumpliendo los poderes públicos. Y no puede haber daño cuando se hace objetivamente un bien. Para la Audiencia Provincial de Barcelona, en Sentencia de 26-9-2005, "la intervención penal aparece desproporcionada tratándose de fincas cuya posesión no resulta evidente en la conciencia social en un ámbito determinado, como las abandonadas". Los miembros de la Acampada Dignidad no tuvieron que echar ninguna puerta abajo porque ya estaba abierta. Tendrían que detener a cientos y cientos de personas. Empezando por mí. Y terminando por la última familia que recoge la comida que solidariamente le hacen sus vecinos. En consecuencia, la denuncia debería tirarse a la papelera.

Al Ayuntamiento sólo le queda la vía civil para recuperar la posesión de algo que no poseía. No creo que lo haga. No sería ético, ni justo. Todo lo contrario. Debería tomar nota para que Rey Heredia sirviera de paradigma en el uso de otros espacios públicos abandonados. Repensar el urbanismo de equipamientos especulativos e inflexibles. Y proponer una alternativa cara a cara con los ciudadanos. Las ciudades son de quienes la habitan. Como la verdad de quien la ejerce. Y en Córdoba, la verdad se encuentra en el campo que lleva su nombre.

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