
En tránsito
Eduardo Jordá
Francisco
Cuarto de muestras
Nos colocaron para proteger a las Cortes. Somos los leones triunfantes ante el milagro de la transición española y hemos disfrutado de un largo período de paz con idas y venidas de la derecha y de la izquierda. Nos admiró el discurso de Clara Campoamor sobre el voto femenino, los juramentos y las proclamaciones de los reyes Juan Carlos I y Felipe VI nos emocionaron, el golpe de Estado de Tejero nos hizo valorar lo que teníamos. Todos los españolitos se admiraban de sí mismos, de su capacidad de concordia y de olvido y de convivencia y de respeto. Peinaban nuestra cabellera para presumir de democracia y se retrataban ante nosotros, que erguíamos nuestra cabeza con valentía y fortaleza. El edificio del Congreso de los Diputados era un templo consagrado a la convivencia y nosotros el símbolo de la soberanía nacional. Con cariño nos pusieron los motes de Daoiz y Velarde que hemos llevado con orgullo y altivez.
Hoy hemos perdido la ilusión, los políticos, su conciencia de Estado rebajando a caricatura el mandato de los españoles, pendientes de sí mismos y sus prebendas. El Congreso es hoy un circo al que acuden sus servidores para soltar ocurrencias, torcer la ley y prostituir su labor. Olvidan que no hay mayor libertad que poder hacer lo que debemos.
La ciudadanía asiste perpleja a un circo que ha vuelto ridícula su solemnidad porque las palabras ya no dicen nada, los juramentos a la Constitución son antijuramentos y la frivolidad el comienzo de la destrucción.
No, no somos Berganza y Cipión, que al menos se acompañan entre ellos contándose sus vidas. No podemos hablar, somos dos tristes leones a las puertas de un edificio célebre y en nuestras tripas llevamos los cañones de la guerra de África tomados del enemigo con los que nos dieron forma. Nos colocaron como los personajes de la mitología griega, leones condenados a no poder volver a mirarse, por eso uno mira a la Plaza de Neptuno y el otro a la Puerta de Sol. Nos pesa España y la bola negra que sujetamos con nuestras garras sin saber ya para qué. No queremos escuchar lo que se dice dentro. Estamos en manos de un fugitivo que quiso destruirnos y ya no nos miran con respeto.
Quisiéramos poder mirarnos el uno al otro, que pudiésemos hablar, que pudiéramos simbolizar la unión y la fuerza de un solo pueblo, el español, en todas sus diversidades e ideologías. Un milagro que nos salve de esta tristeza.
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