
La ciudad y los días
Carlos Colón
Retrato de Francisco en una voz
La esquina
De momento Pedro Sánchez no ha traicionado a España ni a la Constitución: no ha facilitado la liberación de los políticos catalanes presos (aunque, ojo, no haya dicho que estén justamente encarcelados, sino que no puede legalmente presionar a la Fiscalía para que retire los cargos), ni ha concedido un referéndum de autodeterminación de Cataluña. Bordea estas dos líneas rojas, pero no las ha pisado.
A quien sí ha traicionado, claramente, es al Partido Socialista Obrero Español. Al partido que más tiempo ha gobernado España en democracia, al más ardiente defensor de la Constitución de 1978 como garantía de libertad, estabilidad social y progreso. Al partido de Felipe González y Alfonso Guerra, que para mantenerse en el poder hizo concesiones a los separatistas catalanes cuando aún no se habían quitado la careta, sí, pero sin comprometer con ellas la igualdad de los españoles y la soberanía nacional. A este PSOE de ahora que acaudilla Pedro Sánchez -porque así lo decidieron los militantes socialistas- no lo reconoce ni la madre que lo parió, como podría decir de nuevo Guerra.
También al partido de los barones territoriales (Page, Lambán, Fernández Vara) y de los muchos alcaldes socialistas asustados ante la perspectiva de someterse a las urnas dentro de un rato, como quien dice, arrastrando el lastre de un Gobierno que es rehén de unos salteadores de naciones -¡otra vez Alfonso!- que intentaron dar un golpe de Estado. Al partido, igualmente, de Susana Díaz, silente sólo para que su rotundo rechazo al invento del relator no sea interpretado como un episodio más de su rencor hacia quien le venció en las primarias socialistas.
En realidad esta situación tiene toda la pinta de una venganza: en diciembre de 2015 los barones le prohibieron a Pedro Sánchez pactar con los independentistas, que todavía no habían protagonizado ninguna rebelión contra el Estado democrático. Le impidieron ser presidente del Gobierno. Ahora, cuando es presidente gracias a la corrupción del PP y la moción de censura, se entrega a los independentistas que ya sí se rebelaron contra el Estado y fracasaron. Le persigue la pregunta atroz del colega Rafa Latorre (Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido): ¿Por qué todos los que aborrecen la Constitución lo prefieren a él en el Gobierno?
Aquellos barones lo echaron con malas artes. Ahora serán los españoles los que lo correrán a gorrazos. Por eso no convoca las elecciones a las que se comprometió.
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